Escribía hace unos días Alejandro Barros en su blog sobre cómo pequeñas modernizaciones en la gestión de la administración pública pueden generar impactos interesantes, no tanto en su dimensión económica, pero si en la normalización de nuestro quehacer respecto a estándares internacionales. Y tomaba como ejemplo la eliminación del papel tamaño oficio en el Estado chileno.
Ayer me acordé de esa reflexión, porque tuve el privilegio -por obra y gracia de mi suplencia como Subdirector de Bibliotecas Públicas- de firmar y comunicar una instrucción de esas que valdría la pena enmarcar y colgar en la pared: el término del Libro Registro de Material Bibliográfico en las bibliotecas públicas chilenas.
¿Qué es el Libro Registro? Pues eso, un libro en el que desde sus orígenes, cada biblioteca pública que integra la red coordinada por la Dibam, registraba cada libro que llega a su colección, entregándole un número único a cada ejemplar. Era el inventario bibliográfico de la biblioteca, llevado a mano, en cuadernos.
El término del Libro Registro será gradual en las bibliotecas, conforme el proyecto de automatizar la administración de las colecciones de las bibliotecas vaya avanzando, pero hacia fines del 2010 todas las bibliotecas debieran haber cerrado sus libros, siendo reemplazados por el inventario en línea.
Entre las primeras reacciones que la instrucción generó se encuentra la alegría de una Coordinadora Regional de Bibliotecas, quien, literalmente, me comentó que nunca pensó que esta medida se implementaría antes de su jubilación. Otro Coordinador, con mayor romanticismo, llamó a guardar esos libros, para hacer la historia de la lectura en Chile, y poder afirmar que hubo un tiempo donde los usuarios de las bibliotecas chilenas leían a Thomas Mann en la misma época en que él escribía sus obras en Alemania.
Es una pequeña y necesaria modernización, porque estábamos empezando a detectar que bibliotecas que ya podían cerrar sus libros los seguían actualizando, a la par de sus registros en línea. El poder de la costumbre es fuerte.
Pero es, ante todo, una pequeña pero simbólica modernización. Un paso lógico en un camino iniciado hace varios años, pero un paso de esos que no tienen vuelta atrás.
Lo cómico del episodio es que el fin del Libro Registro fue decretado a través de un Oficio Ordinario, el que se redactó en computador, se imprimió (en hoja tamaño oficio, por algo era un Oficio Ordinario), se firmó, se escaneó y se envió por correo electrónico. Un simple correo electrónico no hubiera tenido la fuerza simbólica para hacer el gesto simbólico. El mundo de antes requiere, a veces, entierros como los de antes.
1 comentario:
Enzo, no hago más que felicitarlo por tan audaz osadía. La escritura casi sagrada del mentado libro hacía que muchas y muchos encargados de biblioteca pasaran por meses acumulando libros sin ingresar en mesitas cercanas a sus escritorios. Por mi trabajo, he tenido la posibilidad de encontrarme con rumas de libros, entregados por la DIBAM, campañas del consejo del libro, del ministerio de cultura o de algún donante anónimo, olvidados por no tener tiempo de ser registrados en "el libro". Además, en una ocasión, pude comprobar in situ, como una coordinadora regional, señora muy respetada por lo demás, hacía escribir a sus encargadas (de una gran región), el libro con el mismo lápiz, del mismo color y con la misma letra...sin duda, el siglo antepasado.
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