4 de septiembre de 2012

Las propias uñas

El blog de Eduardo Díaz, La Naturaleza del Software, cumplió siete años. Para celebrar el acontecimiento, nos invitó a varios a escribir una entrada. Esta es fue la mía, que Eduardo publicó ayer. 

La noche del jueves 30 de agosto, la biblioteca pública de Quemchi (Chiloé) fue robada. Según la información aparecida en la prensa, fue el equipamiento computacional del programa BiblioRedes el botín de los ladrones. Un robo más como tantos otros podrá pensar quien no conoce el sentido que esos equipos juegan en una biblioteca pública. Un robo más concluirá quien no conoce, en realidad, la razón de ser de una biblioteca pública.

El nuevo informe de desarrollo humano en Chile elaborado por el PNUD concluye que los chilenos estamos satisfechos con nuestra vida personal pero manifestamos elevados niveles de insatisfacción con la sociedad en la que vivimos. Pareciera ser contradictorio. ¿Es posible afirmar que estamos contentos con nuestro bienestar personal cuando somos críticos de la sociedad en la que vivimos? Reformulemos la pregunta: ¿podemos a nivel individual presentar elevados niveles de felicidad cuando nuestro entorno no nos agrada?

Wenceslao Unanue ya está descomponiendo los datos del PNUD, poniendo el acento en la relación inversamente proporcional entre felicidad y nivel socioeconómico. Nada nuevo, dirán ustedes. Pero la pregunta sobre la cual Unanue reflexiona es sobre nuestra percepción de soledad. Mientras en el grupo ABC1 el 14% de las personas afirmó “frecuentemente me siento solo”, en el grupo E, los más pobres, la cifra llegó al 42%. No hay redes sociales, el entorno no actúa como contención ni la persona percibe que desde ahí puede proyectarse y construir un proyecto de vida. Y sin embargo, en una escala de 1 a 10, ese mismo grupo le pone un promedio de 6,7 a su “satisfacción vital”. En otras palabras, puedo ser feliz a pesar de percibir y criticar la descomposición de mi tejido social. 

Una primera lectura del informe del PNUD parece apuntar al triunfo de la lógica de “rascarse con sus propias uñas”, a contrapelo del malestar que desde fines de 2010 se viene reflejando en las innumerables manifestaciones que se han tomado nuestra vida pública. Bajo esa mirada, el robo a la biblioteca de Quemchi adquiere sentido.

Según estudios realizados por BiblioRedes hace unos años, aproximadamente 2/3 de las personas atendidas por el programa (y por extensión por las bibliotecas públicas) viven en torno a la línea de la pobreza o por debajo de ella. Son personas, ciudadanos de nuestro país, para los cuales la biblioteca representa en muchos casos la única opción para acceder a información, cultura y recreación. Robar a una biblioteca pública es robar a la comunidad, pero sobre todo robar a quienes menos tienen en esa comunidad. Y sin embargo, los robos en las bibliotecas, si bien no masivos, son una constante desde que BiblioRedes las dotara de computadores de alto estándar a fines de 2002.

Desconozco quienes están detrás del robo de Quemchi ni las motivaciones que tuvieron, pero claramente en su caso el satisfacer sus necesidades rascándose con “las propias uñas” significó atentar contra el bien común, contra el patrimonio colectivo de las tierras donde nació Francisco Coloane. Es, si me permiten la hipérbole, una sublime representación de un modelo de sociedad, de país, que de manera deliberada desde mediados de la década de 1970 se ha implantado en nuestro país, uno donde el emprendimiento personal es la base de la riqueza, donde la libertad del individuo está por sobre el bienestar del colectivo. Un deconstrucción de lo común cuidadosamente diseñada y puesta en práctica bajo la única auténtica revolución ocurrida en nuestro país, la capitalista, analizada en detalle por mi buen amigo el historiador Manuel Gárate Chateau.

El informe del PNUD no arroja resultados contradictorios, sino profundamente coherentes con el Chile que desde 1973 se viene construyendo. Somos felices en nuestra esfera personal, pero nos desagrada nuestra dimensión colectiva. Desconfiamos de las instituciones, así como desconfiamos de nuestros vecinos, o sentimos ajenos nuestros barrios llenos de grafitis o el transporte público en la capital en el que masivamente optamos por no pagar. Porque no nos interesa lo común, lo que compartimos. El encontrarnos con los otros nos estorba, nos incomoda, porque nos obliga –como todo ejercicio de construcción colectiva- a ceder parte de nuestra autonomía personal, a transar parte de nuestro proyecto individual, ese sobre el cual el PNUD concluye estamos satisfechos. No tiene sentido el esfuerzo, porque posiblemente no aumente nuestra felicidad, de la misma manera que tampoco tendría sentido que la comunidad de Quemchi manifestara su repudio por lo ocurrido a su biblioteca. Confieso, eso sí, que albergo la infundada esperanza que esto último pueda ocurrir.

Concluyo esta entrada agradeciendo a Eduardo la invitación a publicar en su blog con ocasión de un nuevo aniversario. Leo La Naturaleza del Software y lo admiro como se admiran a las especies en extinción: sabiendo que con ellas se va un pedazo de nuestra identidad. En esa porción de la blogosfera chilena (tan “década pasada” la etiqueta) que tengo sindicada, este blog, con sus recurrentes nuevos posteos, parece un dinosaurio que aún no sabe que el asteroide ya impactó la Tierra. Creo no equivocarme: esta es la obstinada manera que Eduardo tiene de aportar a la reconstrucción de lo colectivo.