8 de septiembre de 2013

El sentido profundo del reconocimiento de los pueblos indígenas

La posibilidad de que el próximo gobierno avance hacia el reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas parece estar sobre la mesa, una solución que a mi juicio se queda corta porque quienes la enarbolan no ponen en cuestión del carácter uninacional del Estado. Unos más, otros menos, la tesis desarrollada por Mario Góngora en su ensayo sobre la noción de Estado en Chile, sigue siendo sustentada por nuestra élite.

Por eso, si de reconocimiento vamos a hablar, urge evitar la tentación folclórica y enfrentar el concepto desde los espacios de construcción de una comunidad política inclusiva. Ese fue el ejercicio que realizó hace ya diez años, Maximiliano Prado, abogado de la Universidad Alberto Hurtado, con estudios de postgrado en Canadá, donde conoció la realidad plurinacional de un Estado que hace de la interculturalidad un sello distintivo –no exento de tensiones- de lo que es. En “La Cuestión Indígena y las Exigencias del Reconocimiento”, escribe Prado:
Si la sociedad mayoritaria caracteriza a los pueblos indígenas como bárbaros, incivilizados, reliquias históricas en vías de extinción y sólo considera a sus miembros como individuos caracterizados, quizás por su miseria o su incapacidad de ejercer los derechos igualitarios que un  orden legal ajeno les otorga, el proceso de construcción dialógica de la identidad pasa a ser imposible. Igualmente, asumir una visión inspirada en la simple tolerancia, que considere la pertenencia cultural como una entre tantas opciones legítimas abiertas a los individuos en ejercicio de su autonomía, también se erige como un impedimento a dicho proceso. Es indispensable, como presupuesto, considerar la importancia innegable de la pertenencia cultural para la constitución de la identidad y su proyección hacia lo político, escapando del ámbito de las opciones privadas. Desde este presupuesto y dado un contexto de diversidad cultural, será la mediación del reconocimiento la que nos permita escapar de las relaciones de negación asimilatoria y construir aquellas que avancen en la línea de lo que hemos llamado el pluralismo crítico. En su realización más perfecta, esta relación intercultural dialógica, basada en el reconocimiento recíproco, nos podría conducir hacia lo que Taylor, tomando la expresión de Gadamer, llama la ‘fusión de horizontes’.
Por eso,
…el reconocimiento al que nos referimos no consiste en la percepción de los pueblos indígenas como un fenómeno que enfrenta nuestros sentidos y que pueda ser encasillado en alguna de las categorías que la cultura mayoritaria nos ofrece. Tampoco es equivalente a la incorporación de una frase en un texto legal o constitucional, que deje traslucir la ingenuidad de un ‘legalismo que pretenda identificar el cambio de o en la Constitución formal, de la Constitución como ley, con el cambio en la realidad que cada Constitución trata de conformar’. El reconocimiento es la consecuencia deseable de comprender la alteridad del otro y la expresión primordial y necesaria del respeto hacia ese otro que debe estructurar las relaciones interculturales en el seno de una comunidad política inclusiva. Si nos convencemos de que nuestra realización depende del establecimiento de relaciones marcadas por el respeto y la solidaridad, y vemos en la presencia del otro algo indispensable para la formación y conservación de nuestra propia identidad, estaremos ‘más fácilmente dispuestos a percibir la incongruencia de pautas de conducta centradas en la búsqueda unilateral de poder y en la violencia’ o basadas en la afirmación, teórica y práctica, de la inferioridad del otro. Una vez que tomamos conciencia de la importancia del reconocimiento para la constitución de las identidades individuales, podemos comprender fácilmente la necesidad de ofrecerlo como algo debido a aquellos grupos minoritarios que buscan constituirse como espacios de realización personal y colectiva. 

25 de agosto de 2013

Tres pilares para una nueva relación entre el Estado de Chile y los pueblos indígenas

La relación del Estado de Chile con los pueblos indígenas se encuentra cerca de un punto de inflexión. El ciclo actual, iniciado con los acuerdos de Nueva Imperial en 1989, está llegando a su fin, y si bien no se pueden desconocer los avances alcanzados en estas décadas, el surgimiento de un potente movimiento social indígena, da cuenta de una enorme deuda pendiente, en buena medida culpa del desconocimiento que la sociedad chilena tiene y de los errores de las políticas públicas. Una reciente encuesta graficó un creciente respaldo por las demandas del pueblo mapuche, pero abunda la falta de comprensión. Cuando hablamos de “nuestros” pueblos, o nos referimos a ellos como “etnias”, o decimos que son “los pueblos originarios de Chile”, emerge una manera de acercarnos a esta relación con un serio déficit semántico para entender al otro.
Si hacemos un ejercicio de comparación respecto de cómo se abordó el tema indígena en la campaña presidencial de 2009 y cómo está apareciendo en la actual, la evaluación es dispar. Por un lado, existe hoy un mayor interés de parte de las candidaturas por tener posturas definidas (independientes de su enfoque), pero, por otro lado, pareciera seguir siendo un aspecto secundario de la campaña presidencial.
En las primarias realizadas por la Nueva Mayoría y la Alianza por Chile, no fue un tema relevante en ninguno de los debates y en general se le dedicó un espacio menor en  el seguimiento que la prensa hizo del proceso que concluyó el 30 de junio, siendo que a lo menos dos candidaturas presentaron propuestas ambiciosas (Claudio Orrego, en cuya “Propuesta para un Chile Plurinacional” colaboré en la formulación, y José Antonio Gómez). Además, los frentes indígenas de los partidos de oposición, hicieron públicos los que deberían ser los lineamientos de un futuro gobierno en este ámbito, algunos de cuyos integrantes forman parte de la recién nombrada Comisión de Pueblos Indígenas de Michelle Bachelet. Marco Enriquez-OminamiMarcel ClaudeRoxana MirandaFranco ParisiTomás Jocelyn-Holt y Alfredo Sfeir también han planteado –con diversa profundidad- sus posturas en el tema. De la candidatura de Evelyn Matthei por el momento sólo se sabe los nombres de quienes liderarán la formulación de la propuesta.
Paralelamente, desde el mundo indígena no han faltado los invitaciones. Las organizaciones detrás de ellas, esperan que sus ideas sean recogidas por las candidaturas. Destaco, entre otras, las “10 Propuestas para un Chile Plurinacional”, presentadas por ENAMA, y los planteamientos realizados por Wallmapuwen.
Sin embargo, pese a las múltiples propuestas y planteamientos, se mantiene la duda sobre el perfil y el peso específico de la política indígena en el futuro gobierno. En este contexto, cabe detenerse en cuáles deberían ser los pilares de la nueva relación entre Chile, su Estado y su sociedad, y los pueblos indígenas. A mi juicio, son tres: asumir la plurinacionalidad del Estado de Chile; basar la relación en un enfoque de derechos; y proyectar el vínculo a partir del perdón y reparación de los pueblos indígenas.
La plurinacionalidad del Estado de Chile es una idea cada vez más presente en el debate. Sin embargo, la construcción de voluntades políticas que permitan avanzar en su implementación, es una tarea compleja, ya que incluso sectores que simpatizan con la causa indígena, lo hacen desde la premisa de entender a Chile como un país uninacional. Son muchos los que siguen sosteniendo como dogma de fe que Chile es una sola nación, en la que coexisten diversas tradiciones culturales, siendo deber del Estado crear las condiciones que aseguren su preservación. Quienes plantean esta mirada, abogan por el reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas. Es decir, sin desvirtuar la esencia unitaria del Estado de Chile (heredera de la tradición liberal), creen necesario reconocer la diversidad identitaria de quienes viven en el territorio, promoviendo acotados derechos sociales, culturales y lingüísticos.
Por su lado, quienes abogamos por el Estado plurinacional, lo hacemos desde la premisa de que en Chile coexisten varias nacionalidades. Este reconocimiento, que se construye desde la idea de que las naciones y pueblos son anteriores a los estados -y que incluso pueden no necesitar de ellos para existir-,  entronca con una perspectiva más comunitaria del Estado. Es la tradición estatal presente en países con los que nos gusta comparanos, tales como Bélgica, Canadá, Noruega o Nueva Zelandia, u otros de los que nos creemos distintos, como Bolivia y Ecuador. La plurinacionalidad implica reconocer derechos políticos a las naciones y pueblos indígenas, los que se traducen en distintos regímenes de autonomía y autogobierno.
La discusión sobre una nueva Constitución para Chile, sea cual sea la característica del proceso constituyente, es el momento para abordar esta pregunta y encontrar la respuesta, porque como señaló hace algún tiempo Maximiliano Prado,  “la cuestión indígena debe ser entendida como una cuestión constitucional, que impone definir un nuevo modelo de relaciones interculturales frente a la diferencia indígena”.
Diseñar e implementar políticas públicas con enfoque de derechos debería ser el segundo pilar de la nueva relación con los pueblos indígenas. El Estado de Chile ha suscrito un conjunto de tratados y convenios internacionales que norman esta relación: Convención Americana de DDHH, Pactos Internacionales de DDHH, Convención para la Eliminación de la Discriminación Racial, Declaración  Universal de los Derechos Humanos, Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, Convenio 169 OIT. Por lo tanto, no queda al arbitrio de nuestro Estado definir qué tipo de relación mantenemos, sino que estamos ya obligados a salvaguardar y hacer respetar los derechos indígenas. No es la buena voluntad de Chile, sino el cumplimiento de sus obligaciones internacionales, la que debiera regir la relación a partir de ahora. No es un acto de generosidad, sino de derecho, lo que se impone.
Por ello, cabe preguntarse –siguiendo un debate que será abordado en los próximos días en un seminario organizado por la Identidad Lafkenche- si es posible un nuevo pacto social en Chile sin considerar de manera adecuada a los pueblos indígenas en su formulación. Dado que una nueva constitución afectará derechos indígenas, ¿cómo se vincula el proceso constituyente con la consulta indígena establecida en el Convenio 169 de la OIT?
Por último, no parece posible siquiera hablar de una nueva relación entre el Estado de Chile y los pueblos indígenas, si ésta no se construye desde actos sinceros de perdón y reparación. Desde su independencia, la República de Chile ha violado sistemáticamente derechos indígenas, muchas veces por incompresión (asimilando a los pueblos indígenas con el campesinado pobre) y otras deliberadamente (porque reconocer la diversidad se opone u oponía a modelos de desarrollo del país). El informe emanado el 2003 de la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato fue concluyente en este sentido, pero en la última década la relación ha avanzado hacia grados mayores de conflictividad, tal como afirmó para el caso mapuche el Relator de la ONU Ben Emmerson. Noticias recientes siguen dando cuenta de este agravio, como la absolución de doce comuneros mapuche a los que se pretendió condenar por ley antiterrorista, o la condena por parte de la Corte Suprema al carabinero que asesinó a Jaime Mendoza Collío (aunque con una pena de tres años de presidio remitido que incluso podría permitirle seguir en las fuerzas policiales).
¿Cuál podría ser una política efectiva de perdón y reparación de los pueblos indígenas? ¿Cómo podrían estos reconocer que ahora sí el Estado de Chile estaría avanzando de buena fe en esa dirección? Varias medidas podrían implementarse, pero creo que ninguna tendría la fuerza de renunciar a la aplicación de ley antiterrorista contra los pueblos indígenas y una amnistía para todos los presos indígenas que no estén vinculados a delitos de sangre. El futuro de la relación pasa, en alto grado, por reconstruir confianzas, y ésta son quizás las medidas más simbólicas a través de las cuales el Estado de Chile puede reconocer sus errores.

6 de agosto de 2013

El cerro Chiguaihue se cubre de sangre mapuche, una vez más

En tiempos que en Chile se discute cada vez con mayor intensidad la necesidad de construir un nuevo pacto social, en torno al cual de manera participativa logremos ponernos de acuerdo respecto de nuestros derechos y deberes como ciudadanos, los pueblos indígenas parecieran seguir condenados a la invisibilidad. En tiempos que en Chile se habla de profundizar la democracia, de dar mayor voz a los territorios, los pueblos indígenas parecieran no estar invitados a los nuevos espacios. Hablamos de procesos constituyentes, pero no de reconocer -definitiva y reparatoriamente- la plurinacionalidad de nuestro Estado. Se crean thinks tanks para pensar Chile, pero entre sus miembros no hay investigadores indígenas. Hablamos de nuevas mayorías, pero en estas los pueblos indígenas no aparecen. No lo hacen en los discursos, no lo hacen en las ideas y por ello no lo hacen en los sueños. 

Hoy apareció muerto Rodrigo Melinao, con una bala en el tórax. Quería escribir algo, pero hace minutos, en mi bandeja de entrada encontré este texto. Es de Martín Correa, autor junto a Eduardo Mella, de "Las razones del illkun/enojo", un texto que debería ser lectura obligatoria en nuestras escuelas y liceos. Un día negro, otro más, para el pueblo mapuche, para los pueblos indígenas. Un día negro, otro más, para nuestro país, para nuestra democracia, para nuestra historia. 

El cerro Chiguaihue se cubre de sangre mapuche, una vez más

Hoy, 6 de agosto de 2013, ha muerto asesinado Rodrigo Melinao Lican, joven mapuche de la comunidad Rayen Mapu, al interior del fundo Chiguaihue, en la comuna de Ercilla, en una zona altamente militarizada, cercana al reten de Fuerzas Especiales de Pidima, y en el que de noche solo transitan vehículos policiales, según denuncian las familias mapuche, las que cotidianamente son objeto de fuertes allanamientos.

Rodrigo Melinao Licán había sido condenado el pasado 24 de julio a 5 años y un día por el delito de incendio forestal, y a 541 días por daños a dos buses y un camión aljibe, hechos que se desarrollaron el 2011 en el sector Chiguaihue, en un proceso que llevaba el Fiscal antimapuche Luis Chamorro y que las comunidades catalogan de irregular y fruto de un montaje, razón por la cual Rodrigo Melinao había decidido resistir en la clandestinidad.

Sin embargo, la muerte ya la militarización en los faldeos del cerro Chiguaihue y la muerte comuneros mapuche no es nueva, según enseña la historia y la memoria comunitaria.

En los faldeos del cerro Chiguaihue a mediados del siglo XIX existía una importante población mapuche, un lof cuya máxima autoridad era Lonko Pillan, y que se extendía entre el río Malleco y el Huequen, y fue la puerta de entrada al Ejército de Ocupación de la Araucanía hacia el sur del rio Malleco. En el año 1865, llegan a oídos del coronel Basilio Urrutia rumores de que se preparaba un gran levantamiento mapuche encabezado por Lonko Kilapan, razón por la cual el jefe militar despachó una división de 800 hombres al interior, hacia Chiguaihue y Collico, bajo el mando del teniente coronel don Pedro Lagos quien informará luego: “… me puse en marcha hacia ultra Malleco con 800 hombres, que los componían 150 de infantería de línea, 28 de granaderos a caballos, los escuadrones 3º y 4º del departamento i 5º y 6º del de Laja. Esta fuerza se unió en los rincones de Chiguaihue con una de 200 hombres. Todo el tiempo de la campaña que termina hoy, se ocupó la división en castigar a los indígenas que favorecen i apoyan a los cristianos malhechores, destruyendo sus habitaciones i sementeras i tomando sus haciendas. Varias indias viejas tomadas en los bosques, se pusieron en libertad comunicándoles el pensamiento de US. a fin de que fuera trasmitido a las reducciones indíjenas i llegara así al conocimiento de todos, esto es, que la autoridad se halla dispuesta a castigar i perseguir en todo sentido a los que cometen depredaciones en las poblaciones i campos de cristianos”.

Luego, en el año 1962, es asesinado Carlos Collío, por disparos efectuados por el entonces dueño del fundo Chiguaihue Ignacio Silva Correa, quien estuvo detenido sólo 4 días. Sin embargo, los comuneros mapuche volvieron a ingresar al predio una y otra vez, dando así el puntapié inicial a lo que sería un largo y sostenido proceso de movilizaciones y acciones mapuche dirigidas a la recuperación y ampliación de sus dominios.

Luego, Alex Lemun, el 7 de noviembre de 2002, es asesinado por el mayor de Carabineros Marco Aurelio Treuer Heysen, en momentos en que alrededor de 40 personas (la mitad compuesta por ancianos, mujeres y niños) de la comunidad Montitui Mapu, ocupan el fundo Santa Alicia, parte del antiguo Chiguaihue.

El 12 de agosto de 2009 fue asesinado Jaime Facundo Mendoza Collío, de 24 años, por el efectivo de Carabineros de Fuerzas Especiales de Santiago, Patricio Jara Muñoz, producto de un balazo por la espalda, repeliendo la acción de un grupo de familias pertenecientes a la comunidad Requen Pillán que ocuparon el fundo San Sebastián, también parte del antiguo fundo Chiguaihue. Ambos funcionarios policiales hoy gozan de libertad.

Hoy, las familias mapuches de Chiguaihue han perdido a Rodrigo Melinao Lican, uno más de sus hermanos, en una historia que se repite y que es resultado de la represión y de la militarización del territorio.

Vayan a ellos mis sentimientos de dolor y de solidaridad, y mis más profundos respetos.