13 de octubre de 2010

El rescate de los 33 mineros: la historia que deberá ser contada



Comparto la entrada que acabo de publicar en elquintopoder.cl. Les invito a leerla y comentarla en la comunidad.

Anoche fue difícil contener la emoción. Cuando la cápsula con Manuel González, el primer rescatista, llegó al fondo de la Mina San José; o cuando esa misma cápsula con Florencio Ávalos, el primer minero en salir del pique, llegó a la superficie, todo Chile se alegró. 

Y hoy seguirá siendo así, hasta que el último de los mineros y rescatistas esté afuera.

No cabe duda. Esta será una de esas historias que todos contaremos por el resto de nuestras vidas. En esa historia hablaremos de un grupo de mineros que supieron organizarse para resistir enterrados cientos de metros, en esas primeras semanas del sondaje, cuando conforme pasaban los días cada vez éramos más los que creíamos en que no serían hallados. Y junto a ellos, las de sus familias, que desde la superficie mantuvieron la convicción de que estaban vivos.

Contará esa historia la capacidad de reacción de un gobierno, que tomó las decisiones de manera oportuna y con persistencia hizo su trabajo para lograr el resultado que estamos presenciando en estas horas. 

No podrá dejar de relatar esa historia la capacidad profesional de un equipo de rescate que, liderado por ingenieros de la empresa estatal Codelco, condujo con éxito una experiencia inédita en la historia del mundo por su complejidad.

Los medios de comunicación, chilenos e internacionales, aparecerán en esa historia. En una época de realities, la realidad demostró –nuevamente- que supera a la ficción, y la prensa, con mayor o menor tino, cumplió con su deber de informar.

Y esa historia contará, por cierto, la de todos nosotros, los que presenciamos como espectadores esta escena, pero sintiendo que de una u otra manera, algo nos unía con los 33 mineros.

Pero como toda historia, para que podamos extraer las lecciones y que efectivamente el relato sea parte de lo que nuestros hijos, nietos y los hijos de éstos aprenderán del pasado de Chile –y no de lo que vivirán como una experiencia en sus presentes-, esa historia deberá contar la parte oscura. Esa parte que tiende a olvidarse en los momentos de alegría, como el que estamos viviendo ahora.

En esa parte de la historia, que imagino integrando una exposición que recorra todo Chile, sus escuelas, sus bibliotecas, sus plazas, para terminar en una sala destacada del Museo Histórico Nacional, deberá relatarse el por qué 33 mineros quedaron atrapados a más de 620 metros de profundidad y cómo reaccionamos como país.

Deberá, en primer lugar, hablar de la codicia de unos empresarios que, como ocurre en muchas pequeñas y medianas faenas mineras de la época, no invirtieron en la seguridad de sus explotaciones para maximizar las utilidades que extraen a punta de amenazar la vida de personas. La justicia será protagonista de esta parte y conoceremos de las sanciones ejemplificadoras que dictó en contra de quienes fueron responsables. 

En paralelo al capítulo anterior, el de un amplío grupo de trabajadores en nuestro país que, ya sea en el pique de una mina, o en las salmoneras, o en la construcción, o en cualquier obra que implique riesgos, exponían sus vidas como única alternativa para lograr un sueldo digno –y a veces bastante indigno- porque nuestro modelo de desarrollo económico tenía, aún, múltiples zonas grises. Ahí deberá el relato reseñar el amplío conjunto de mejoras laborales que se introdujeron en el país para mejorar sus condiciones de trabajo.
Sin duda, la narración deberá hacerse cargo de otras zonas grises. Las de un Estado que no tuvo la capacidad para mantener cerrada una mina que ya se había evaluado como altamente peligrosa. En esta parte estoy seguro rasgarán vestiduras y exigirán responsabilidades todos los sectores, pero espero que la historia no termine haciendo pagar los platos rotos a un servicio público chico y que nunca contó con los recursos para fiscalizar los miles de yacimientos mineros del país. Esta parte develará interesantes anécdotas sobre cómo los que un día denigraban la función pública terminaron comprendiendo que en los momentos de mayor adversidad es el Estado el que debe reaccionar y para ello debía tener las atribuciones y los recursos.

Pero la mayor lección será la del capítulo final, ese en el que un país completo, una vez pasada la emoción, el justo orgullo y los necesarios reconocimientos por un rescate que puso a nuestro país en los titulares de la prensa mundial, hizo el trabajo que correspondía: reformar las bases de un modelo de desarrollo que permite el lucro de unos sobre la base de la vida de muchos, en el que la riqueza desmedida convive aún con carencias profundas. 

Y así terminará la historia de los 32 chilenos y 1 boliviano atrapados en la Mina San José, con un país que logró hacer justicia, corregir errores, nivelar la cancha, defendiendo de igual manera el emprendimiento de unos y el trabajo de otros.

5 de octubre de 2010

[3 años] Índice de renovación


Esta es la tercera entrada de aniversario de Cadaunadas. Su autor, Fernando Juárez, un buen amigo de un pueblo vasco que como todo pueblo vasco es, con toda certeza, el centro del mundo (aunque su catedral esté unos kilómetros distante). Fernando es, en sus palabras, un bibliotecario de pueblo que tempranamente comprendió que en estas lides, las de atender parroquianos en la red, la biblioteca de pueblo le podían competir de igual a igual a la grande. Todo es, como él dice, un tema de actitud. ¡Disfrútenla y eskerrik asko Fernando!
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Es preocupante la facilidad con la que aceptamos el principio de que la tecnología nos abre nuevas posibilidades que no podemos acometer por falta de tiempo (Esto está muy bien pero es imposible de aplicar; supondría una tarea más y no podemos hacerlo”)  y/o porque no somos nativos digitales (“Claro, los jóvenes...pero nosotros...”). Ahora que la tecnología es barata e intuitiva recurrimos a la falta de tiempo y al corte generacional porque las excusas económicas y de curva de aprendizaje ya no son tan válidas. Y sí, es cierto, seguir “con lo de antes” y además “con lo de ahora” nos genera a menudo una frustración que atribuimos a los achaques de la edad :-)

Cuando hace dos años nos disponíamos a  inaugurar la nueva biblioteca pedí ayuda a un colega que se dedica a planificar nuevos centros; me habló de la relación entre la población, los metros cuadrados, los fondos, los recursos humanos, la distribución de los espacios..."y no te olvides del índice de renovación" (dado un número óptimo de ítems en el fondo de una biblioteca es necesario renovar anualmente un 10% para mantenerla actualizada; en una década el fondo se habrá renovado completamente y se ofrecerá al usuario una colección viva).

Ese concepto superaba al mío de expurgo (básicamente quitar de la circulación aquello que estuviese destrozado cuando las estanterías dijesen basta) porque exige asumir que no podemos con todo y es necesario deshacerse de fondos (no muy viejos) para hacer sitio a otros (más nuevos) si queremos seguir ofreciendo una colección (y un servicio) de calidad. Más no es sinónimo de mejor y la biblioteca debe fluir y renovarse evitando tanto el estancamiento como el desbordamiento.

Creo que  la profundidad de ese índice reside en tenerlo presente en nuestra manera de afrontar el día a día. Deberíamos aplicarlo reflexionando sobre lo que hacemos para "renovar" periódicamente ideas y quehaceres, aunque sea a consta de aquello que nos parece inherente a nuestra (idea de) biblioteca, a nuestra vida. Solo así podremos afrontar los nuevos retos sin estancarnos en procedimientos caducos y sin ser desbordados por los desafíos de la Sociedad de la Información. 

Quien tenga contacto con otras personas podrá intuir nuevas ideas, nuevas formas de hacer; podrá superar los agobios de la falta de tiempo y los complejos generacionales. Hablar con los usuarios de la bibioteca, ir a toda clase de cursos, charlas, congresos (donde conoces personas, reencuentras  amigos, hablas distendídamente y de vez en cuando, además, nos enseñan algo), usar twitter, flickr, gmail... y ,por supuesto, perder el tiempo leyendo blogs influyen en mi particular "índice de renovación". 

Supongo que por eso me gusta pasarme por las cadaunadas de un tipo que huye de ideas estancadas y nos ayuda a evitar desbordamientos cotidianos con sus reflexiones sobre el tercer entorno a través del quinto poder.  

2 de octubre de 2010

[3 años] La invasión del ciberespacio

Una nueva entrada del tercer aniversario de Cadaunadas. Su autor, Eduardo Díaz, un ingeniero inusual (definan ustedes lo que eso significa) que mantiene uno de los blogs que leo con mayor interés, La Naturaleza del Software (y este otro, más experimental -o exploratorio, para usar su misma descripción). Pese a que vivimos en la misma ciudad y hace ya un buen tiempo que conversamos a través de las redes, si no me falla la memoria, creo que con Eduardo nos hemos visto una sola vez. Pero eso no ha sido problema para que haya sido "el comienzo de una bonita amistad". Curioso, en especial dada la entrada que comparte hoy con nosotros. ¡Disfrútenla y gracias Eduardo por aceptar la invitación!



El escritor de ciencia ficción William Gibson concibió el ciberespacio como un lugar al cual se accedía periódicamente, una realidad a la cual nos asomamos desde el mundo físico. Los ingenieros en computación trabajaron para hacer realidad este concepto, y efectivamente así era hasta hace poco: uno se conectaba al ciberespacio y volvía al "espacio normal", era otro lugar que se visitaba desde nuestros teclados, a través de delicados enlaces de datos.

Todo eso ha cambiado dramáticamente, los enlaces de datos son más robustos y permanentes. La membrana que separaba al ciberespacio de la realidad física se ha hecho cada vez más permeable, y ahora deja pasar constantemente mucha información de nosotros, a veces sin darnos cuenta. Pequeñas piezas de información de nuestros hábitos cruzan la membrana para ser procesadas por "cibernéticas mitocondrias", que fabrican las hebras de información que permiten predecir nuestro comportamiento.

"Realmente creo que la gente no quiere que Google responda sus preguntas", dice el CEO de esa compañía, Eric Schmidt, en una polémica entrevista reciente, "lo que la gente quiere es que Google les diga qué hacer a continuación."

¿Realmente la gente quiere que Google les diga que hacer? Yo creo, al igual que William Gibson, que Schmidt tiene razón. Al pedirle a Google que hiciera más transparente y "buscable" nuestro mundo, nos hemos hecho más transparentes para Google.
Digamos que vas caminando por la calle. Debido a la información que Google ha coleccionado sobre ti "sabemos más o menos quién eres, más o menos que te interesa, más o menos quiénes son tus amigos. Google también sabe, con bastante precisión dónde estás. Mr. Schmidt deja a su interlocutor imaginar las posibilidades: Si necesitas leche y hay un lugar cerca que la venda, Google te recordará que lleves leche. Te dirá que la tienda de más adelante tiene una colección de posters de caballos de carrera, que ese asesinato del siglo XIX sobre el que estuviste leyendo ocurrió en el siguiente pasaje.
Lo que plantea Schmidt no sólo es factible hoy en día, es un claro ejemplo de esta inversión del ciberespacio; la membrana que rodea al ciberespacio se ha invertido desde adentro hacia afuera, invadiendo el mundo físico. Este proceso está siendo catalizado con la adopción de la realidad aumentada, la geolocalización y, por supuesto, las redes sociales.

Si Google ya controla el ciberespacio, ¿es posible que Google termine controlando el espacio físico, e incluso la realidad? Estamos ante la presencia de un leviatán que el mismo Hobbes no pudo imaginar en su más afiebrada pesadilla. Como dice Gibson: "Somos parte de un súper estado, post-nacional, post-geográfico, uno que fácilmente dice no a China. O sí, dependiendo de las consideraciones de utilidad y estrategia. Pero no participamos en Google en ese nivel. Somos ciudadanos, pero sin derechos", y lo peor es que parece que nos gusta.