24 de febrero de 2011

¿Por qué en Chile los libros de texto no son digitales?

Chile. Febrero. Como muchos padres en estas fechas, ayer fui a comprar los libros de texto para el nuevo año escolar de mi hijo mayor. Poco más de $ 125.000 (aproximadamente US$ 260) en seis libros, a los que hay que agregar un diccionario castellano-inglés más una novela en inglés, unos $ 15.000 (US$ 30).

Casi US$ 300 gastados en pocos minutos en unos materiales impresos que al final del año quedarán obsoletos, ya sea porque mi hijo habrá realizado los ejercicios en ellos o habrá recortado sus hojas siguiendo las instrucciones de las actividades. Y si ninguna de estas dos situaciones ocurre, en 2 años más una renovación de contenidos dictada desde el Ministerio de Educación los hará inservibles. 

En resumen, cuando mi hijo menor (tres niveles más abajo que el primogénito) llegue al mismo curso, deberé gastar una cifra similar por unos libros que, en lo sustancial, serán similares a los que adquirí hoy.

Esta historia no es original. Yo recién la vivo hace unos pocos años, pero es un relato que se viene repitiendo por décadas, pero que hoy más que nunca huele a estafa. ¿Por qué? Porque hoy debí gastar en materiales con fecha de caducidad una cifra similar a la que cuestan algunas de las tabletas o dispositivos de lectura electrónica más baratos del mercado.

Pensemos un poco (por cierto, tampoco es muy original lo que escribiré): ¿Por qué los libros de texto en Chile no son digitales y que cada alumno pueda leerlos desde una tableta o un e-reader?

El Estado gasta todos los años enormes sumas en comprar libros impresos para entregárselos a los alumnos que no están en condiciones de adquirirlos. Muchas familias que tienen el poder adquisitivo para hacerlo, compran esos libros por su cuenta. Apuesto a que el costo para el Estado de entregarle a cada estudiante un dispositivo con los libros electrónicos cargados debiera ser aproximadamente el mismo. Mientras, aquellos provenientes de familias que hoy compran directamente los libros (que es mi caso), comprarían esos dispositivos por su cuenta.

Realizada la inversión el primer año, al segundo –cuando sólo habría que comprar los libros digitales y no los dispositivos de lectura- el costo sería significativamente inferior, en comparación con la compra en formato impreso. Asumo en este análisis, como demuestra la experiencia, que el precio de un libro digital es inferior al impreso, al desaparecer los costos de distribución y venta a través de librerías y otros puntos presenciales.

Algunas ventajas de este modelo:

- Fomentaría la adaptación del sector editorial presente en el país al nuevo entorno digital, que más allá de visiones románticas, es donde se juegan su subsistencia futura. Primero, respondiendo a la demanda impulsada desde el Estado de libros de texto digitales y, posteriormente, pudiendo dar respuesta a una esperable demanda de otros tipos de libros digitales que los escolares (y por extensión sus familias) quisieran adquirir para ocupar los tiempos ociosos de los dispositivos.
- Dotaría rápida y masivamente a toda una generación de escolares (independiente de su nivel socioeconómico) de dispositivos que más allá de su función inicial (acceder a los libros de texto digitales) podrían darle un valor agregado al proceso de aprendizaje con pequeñas inversiones adicionales que fomentaran el desarrollo de habilidades digitales .
- Acompañada de un acceso a Internet a un costo razonable, contribuiría a disminuir la brecha digital en Chile, en especial en su dimensión de acceso físico a dispositivos conectados a Internet (que es el primer peldaño, pero no el único, de toda política pública de inclusión digital). Las posibilidades de servicios en línea que tanto el Estado como privados podrían entregar de manera pareja a la inmensa mayoría del país (salvo en aquellas zonas que por su ubicación geográfica y nivel de aislamiento, aún no es posible pensar en Internet como servicio básico) son infinitas.

En este análisis general, la única desventaja que logro visualizar es el impacto en las librerías que hacen de la venta de libros de texto uno de sus principales ingresos del año. Convengamos, eso sí, que el ahorro global que las familias y el Estado lograrían debiera sobrepasar largamente ese impacto negativo, recursos que serían redestinados (en el presupuesto familiar y el presupuesto fiscal) a otros fines. El efecto en el conjunto de la economía, por tanto, no sería un menor gasto, sino una redistribución.

Este ejercicio peca de simple. Lo sé. No es mi intención ni tengo los conocimientos para hacer un diseño detallado y dimensionar los costos de este cambio. Pero en las líneas generales, creo es correcto. Es difícil sostener en la actualidad que el modelo tradicional, basado en el libro impreso, sea más económico y, más importante aún, garantice un mejor aprendizaje, que debiera ser el objetivo de largo plazo de cualquier opción en este ámbito.

Tampoco soy de los que cree que la sola presencia de tecnología en el aula mejora los rendimientos y tengo claro que un cambio de este tipo deberá ser acompañado de estrategias que efectivamente aseguren su adecuada implementación para explotar el potencial para alumnos y profesores en el proceso de aprendizaje.  Pero ya tenemos suficiente experiencia como país para dar este salto.

Sin embargo, las veces que he hablado con expertos o he escuchado a otros analizar este tema, la conclusión ha sido la misma: un conjunto de actores públicos y privados con una enorme resistencia al cambio, que no impulsan una modernización que tiene un conjunto de beneficios innegables para el país. 

¿Cuáles serán las razones de este rechazo? No las sé, pero como padre de familia al que le queda más de una década de gasto anual en libros de texto me encantaría conocerlas.

Actualización 25/02/2011. En atención al comentario de Hugo Martinez, comparto su entrada en elquintopoder.cl sobre los libros digitales. 

7 de febrero de 2011

¡Hasta la vista, Quora!

La historia es sencilla. A principios de enero, poco antes de salir de vacaciones, conocí y me registré en Quora, un servicio del que llevaba varios días leyendo comentarios en Twitter.

¿Qué es Quora? Traduciendo su propia definición, es una colección continuamente mejorada de preguntas y respuestas creada, editada y organizada por todos quienes la utilicen.


Como saben mis pocos pero fieles lectores, la curaduría colectiva de contenidos digitales es un tema que me interesa y que en alguna oportunidad he abordado en este blog (y es, además, una etiqueta que en mi Delicious ha ido creciendo en los últimos meses). Nada raro, entonces, que la invitación de Quora me haya atraído, lo que unido a algunos comentarios que leí de voces autorizadas en esto de las tendencias en la Web social, me hicieran dar el paso y probar el servicio después de conseguir una invitación.

En un premeditado ejercicio de redundancia en mi estreno en la plataforma, tras descubrir como compartir una pregunta, lancé la siguiente interrogante sabiendo que iba a “revolucionar” la conversación en Quora:
¿Cuáles son los criterios principales para que la curaduría colectiva de contenidos digitales sea eficiente?
Por curaduría digital me refiero al proceso de selección y recomendación de contenidos digitales que realizamos en Internet, preferentemente en redes sociales, a través de hipervínculos en entradas en blogs, sitios de marcadores sociales, etc.
Antes de escribirla, algo había leído sobre la molestia de algunos usuarios hispanoparlantes por preguntas escritas en castellano y que habían sido eliminadas. “Ah –pensé-, una política institucional en evolución que no me afectará, ya que es ilógico que prohíban el uso de la plataforma en una lengua aunque no esté adaptada a ella”. Experiencias previas como Facebook y Twitter me indicaban que aunque esas redes tardaron en traducir sus interfaces al castellano, nunca habían impedido su uso en nuestra lengua.

Activé mi cuenta el 13 de enero. Me llamó la atención haber partido con un grupo inicial de personas a las cuales yo seguía, sin haber hecho clic en botón alguno para que ello ocurriera. Pero, bueno, me pareció eso un detalle menor en contraste con lo que ocurrió el 14, cuando mi pregunta apareció con una etiqueta: “Needs to be written in English”. Pero ahí siguió la pregunta, sin ser eliminada, ni recibir –por cierto- respuesta alguna del creciente número de personas (muchas de ellas que no conozco) que empezaba a seguirme sin haber hecho yo ningún aporte más que proponer una pregunta.

El 15 me fui de vacaciones. Mientras vagaba por nuestras australes tierras, en mi bandeja de entrada siguieron llegando notificaciones de nuevos seguidores. Pero ninguna respuesta a la pregunta. Encandilado por nuestro sur, olvidé a aquellos molestos usuarios y aquella odiosa etiqueta.

Hasta hoy, cuando hace unos minutos me conecté a Quora y me encontré con esta notificación:


Revisé la bandeja de entrada de mi correo, pensando que había olvidado algún mensaje. Pero no. El 18 de enero, Quora eliminó de manera unilateral mi pregunta por no estar escrita en inglés y no me notificó de ello.

¿Es lícito que un servicio elimine contenidos creados por sus usuarios? Sí, toda vez que es una plataforma privada, cuyo acceso gratuito no debe confundirse como acceso público. De hecho, si me diera el tiempo de leer sus términos y condiciones, debiera encontrar las cláusulas que habilitan a Quora para proceder como lo hizo.

¿Es lógico que no me hayan notificado por correo?  Eso, pudiendo ampararse en las mismas claúsulas, ya no suena tan bien, por lo menos desde la perspectiva de la atención al cliente. Porque el hecho de no pagar por el servicio, no impide que me haya convertido en su cliente y como tal merezca cierta consideración básica. Posiblemente el volumen de preguntas eliminadas haya ido incrementándose, complicando la relación personalizada con sus usuarios. Pero eso, en tiempos de notificaciones automatizadas, parece irrisorio.

¿Es estratégicamente correcto que sean tan tajantes con el idioma? Pudiera ser. Quizás estén apuntando a tener una base de preguntas y respuestas de alta calidad, y en eso sólo estén en condiciones de cumplir la promesa de su slogan si esta ocurre en inglés. Pero más parece una limitada comprensión del mundo, especialmente de esa parte del mundo que hace posible que exista Quora. Esa es su gran paradoja.

La inteligencia colectiva en la Web se basa –ante todo- en el libre flujo de la información, la que al entrar en contacto con personas y colectivos de diversos lugares del mundo, con culturas y  lenguas distintas, provoca la creación de conocimiento desde esa amalgama. Esa es la gracia –y la gran diferencia con Quora- de proyectos como  Global Voices, que en vez de forzarnos a todos a entendernos en una sola lengua, hace accesible en múltiples idiomas contenidos creados por usuarios en sus propias lenguas en cualquier lugar del mundo. Quora es un registro monolingüístico (y quizá cultural); la inteligencia colectiva del mundo es multilingüe en esencia (y sin duda multicultural en su estructura).

No me pierdo. Quora es un emprendimiento privado y como tal, quienes lo administran son libres de definir las reglas del juego que deseen. Pero esas reglas me han dejado fuera pese a mi expresa intención de colaborar con la base de conocimiento que quieren levantar. Como alguna vez escuché, la utopía comercial del multilingüismo es muy distinta a la utopía cultural del multilingüismo.

Por esto, y mientras no se pueda escribir en castellano, ¡hasta la vista, Quora!