En nuestra vida webtidiana, esa que transcurre cada día de hipervínculo en hipervínculo, enfrentamos situaciones que no por pedestres dejan de tener su que sé yo. Con distintos grados de conciencia, buscamos soluciones o desarrollamos estrategias cotidianas (perdón, webtidianas), que nos hagan más llevaderas esas pequeñas pero latentes molestias que la "inclusión/abducción" digital acarrea. Molestias que, sin duda alguna, se terminarían si tomáramos la decisión personal e irrevocable de renunciar a este "brave new world" -como lo denominan los gringos.
De más está decir que esa renuncia no es posible para quien les escribe, su seguro cadaunante.
Por estos días estoy leyendo Born Digital, un muy buen ensayo sobre el mundo de los nativos digitales (y de todos los que sin ser nativos hemos optado por subirnos al barco o al menos dejarnos llevar por la corriente). Entre los temas que aborda está el de la identidad en los entornos digitales. Cada vez somos más conscientes de la importancia de lo que decimos o dejamos de decir en línea. Nuestro trazo digital habla por nosotros. Pero ese boceto en permanente construcción no siempre depende de nosotros. Una foto que sube un compañero de colegio a Flickr o Facebook, es una minúscula parte de nuestra identidad en el mundo real que queda, aunque nosotros no queramos, atada a nuestra identidad digital. Parece, entonces, relevante que por lo menos aquella parte de nuestra identidad que subimos por decisión propia sea, por lo menos, coherente.
Con esta reflexión rebotando en la parte más oscura de mi cerebro, conversaba hoy con una amiga sobre Twitter, comunidades virtuales y otras berenjenas, y sobre cómo nos valemos de ciertos atajos que nos permiten integrar los diversos (y crecientes) canales que utilizamos, integración que nos puede aliviar la compleja tarea de mantenernos virtualmente coherentes. Y fue entonces cuando me dí cuenta de que en los últimos meses mi nivel de actividad en torno a comunidades en línea pasó una frontera: cada vez son más las comunidades en que participo y me interesa mantener cierto nivel de actividad y, por lo tanto, cada vez es menos el tiempo que tengo para dedicarle por separado a cada una de ellas (escrito de esta manera pareciera que estoy hablando de mi harén).
En el horizonte se empieza a asomar el caos virtual, y como no tengo (por el momento) interés en explorar mi bipolarismo digital, creando avatares tras los cuales esconderme, he empezado a buscar puentes que permitan unir mi presencia en las distintas redes, espacios y comunidades en que converso y comparto.
Un buen ejemplo es la edición del estado de mi "estado". Sería ligeramente esquizoide que cada vez que quisiera cambiar mi estado me conectara a cada espacio para actualizarlo. Peor aún sería (dado que en casi todas mis comunidades hay un grupo de "amigos-contactos-followers" que se repiten) que, producto del abandono o incapacidad de actualizar en forma oportuna, manifestara alegría en un espacio, rabia en otra comunidad y tristeza en la siguiente. No, en mi vida webtidiana eso no es lo que busco.
Así las cosas, de un tiempo a esta parte he estado explorando con el "estado" (dicho de esta manera, pareciera cierta oscura negociación con la matrix que paga el colegio de mis hijos y las cuotas de mi crédito hipotecario). Y hoy logré algo interesante (ningún gran logro, pero algo es algo): la barra de dirección de mi navegador es la sala de control de mi "estado". Me explico. Gracias a TwitterBar, un add-on desarrollado para Firefox, puedo utilizar la barra de dirección para editar mi Twitter, desde el cual controlo a su vez mi estado en Facebook y el contenido que aparece (gracias a un widget desarrollado para Blogger) en la parte alta de la columna derecha de este blog.
4 en 1. Como navaja suiza. Aunque el atajo tiene algunas limitaciones, no está mal. A través de 140 caracteres (la extensión de un tweet), desde mi Firefox (¿por qué habré tardado tanto en mudarme?) logro "hacerme el vivo" en tres espacios de manera simultánea.
De más está decir que esa renuncia no es posible para quien les escribe, su seguro cadaunante.
Por estos días estoy leyendo Born Digital, un muy buen ensayo sobre el mundo de los nativos digitales (y de todos los que sin ser nativos hemos optado por subirnos al barco o al menos dejarnos llevar por la corriente). Entre los temas que aborda está el de la identidad en los entornos digitales. Cada vez somos más conscientes de la importancia de lo que decimos o dejamos de decir en línea. Nuestro trazo digital habla por nosotros. Pero ese boceto en permanente construcción no siempre depende de nosotros. Una foto que sube un compañero de colegio a Flickr o Facebook, es una minúscula parte de nuestra identidad en el mundo real que queda, aunque nosotros no queramos, atada a nuestra identidad digital. Parece, entonces, relevante que por lo menos aquella parte de nuestra identidad que subimos por decisión propia sea, por lo menos, coherente.
Con esta reflexión rebotando en la parte más oscura de mi cerebro, conversaba hoy con una amiga sobre Twitter, comunidades virtuales y otras berenjenas, y sobre cómo nos valemos de ciertos atajos que nos permiten integrar los diversos (y crecientes) canales que utilizamos, integración que nos puede aliviar la compleja tarea de mantenernos virtualmente coherentes. Y fue entonces cuando me dí cuenta de que en los últimos meses mi nivel de actividad en torno a comunidades en línea pasó una frontera: cada vez son más las comunidades en que participo y me interesa mantener cierto nivel de actividad y, por lo tanto, cada vez es menos el tiempo que tengo para dedicarle por separado a cada una de ellas (escrito de esta manera pareciera que estoy hablando de mi harén).
En el horizonte se empieza a asomar el caos virtual, y como no tengo (por el momento) interés en explorar mi bipolarismo digital, creando avatares tras los cuales esconderme, he empezado a buscar puentes que permitan unir mi presencia en las distintas redes, espacios y comunidades en que converso y comparto.
Un buen ejemplo es la edición del estado de mi "estado". Sería ligeramente esquizoide que cada vez que quisiera cambiar mi estado me conectara a cada espacio para actualizarlo. Peor aún sería (dado que en casi todas mis comunidades hay un grupo de "amigos-contactos-followers" que se repiten) que, producto del abandono o incapacidad de actualizar en forma oportuna, manifestara alegría en un espacio, rabia en otra comunidad y tristeza en la siguiente. No, en mi vida webtidiana eso no es lo que busco.
Así las cosas, de un tiempo a esta parte he estado explorando con el "estado" (dicho de esta manera, pareciera cierta oscura negociación con la matrix que paga el colegio de mis hijos y las cuotas de mi crédito hipotecario). Y hoy logré algo interesante (ningún gran logro, pero algo es algo): la barra de dirección de mi navegador es la sala de control de mi "estado". Me explico. Gracias a TwitterBar, un add-on desarrollado para Firefox, puedo utilizar la barra de dirección para editar mi Twitter, desde el cual controlo a su vez mi estado en Facebook y el contenido que aparece (gracias a un widget desarrollado para Blogger) en la parte alta de la columna derecha de este blog.
4 en 1. Como navaja suiza. Aunque el atajo tiene algunas limitaciones, no está mal. A través de 140 caracteres (la extensión de un tweet), desde mi Firefox (¿por qué habré tardado tanto en mudarme?) logro "hacerme el vivo" en tres espacios de manera simultánea.
5 comentarios:
Hola Enzo
No será que todos estos widget, gadget y demases artilugios digitales, sólo sean un sucedáneo de lo que nuestros padres conocieron como Dominó, Brisca, Rayuela, Fuente de Soda, Plaza, Estadio, Malón, Quinta Normal...etc. Al fin de cuentas hacemos lo mismo, pintar con signos nuestra caverna o perfil de Facebook o lo que sea para dar señales de vida y encontrar otros terrícolas similares con quienes charlar, un poco.
Saludos
Samuel Leal
@Samuel,
que grata sorpresa tenerte por estos lados. Tu comparación con los espacios y formas de sociabilidad de nuestros padres y abuelos la comparto, pero hasta cierto punto. La frágil posibilidad de ubicuidad que la web nos promete (y que todos nos compramos al creernos parte de la conversación global) es un escenario que ellos nunca pudieron ni debieron enfrentar. Finalmente, cuando jugaban dominó, lo hacían en una sola mesa y con un grupo definido de jugadores. Nosotros estamos (o creemos estar) en muchas mesas al mismo tiempo y en la mayor parte de los casos no sabemos con quien estamos jugando. No digo que eso sea malo, pero si que nos expone de una manera que nuestros mayores jamás vivieron. Y es ahí donde la coherencia en nuestra identidad digital parece un tema relevante.
encuentro su blog muy interesante, un descubrimiento grato.
Le propongo esta lectura como una crítica al concepto de nativo digital:
http://www.lnds.net/2007/12/tecnopatas.html
@Eduardo,
gracias por comentar. Yo sigo tu blog gracias a la recomendación de un amigo común: el gran MAZ.
Respecto a la crítica que planteas al concepto de nativo digital, en buena medida la comparto. Los autores de Born Digital incluso señalan que no se puede hablar de una generación, sino apenas de un subconjunto de ésta.
Por las diversas dimensiones del acceso a TICs en la sociedad actual (a la que me he referido en Cadaunadas siguiendo de cerca los análisis de Jan van Dijk), una amplía mayoría de las personas que tienen la edad para ser nativos digitales, no lo son. Por eso, no es un categoría absoluta, que iguale edad con destrezas digitales.
Y tampoco es posible definirlos como superdotados. Quizá su relación con la información y el conocimiento se dé de una manera distinta a las generaciones anteriores, pero eso no implica que estén mejor dotados. Sólo que saben aprovechar mejor las condiciones de la sociedad red que describe Castells.
Sin embargo, creo que la etiqueta es -hasta ahora- la más potente para describir el escenario: un grupo de personas que han nacido con el acceso a tecnologías asegurado (lo que les permite desarrollar sus competencias antes y aprovechar más tempranamente en beneficio propio ese acceso), frente a otros que por diversas razones (edad, género, ingreso, etc.) tardan más en acceder. Van Dijk ha estudiado bien este fenómeno, planteando que la sociedad de la información trae larvadas las condiciones de la futura inequidad.
Ninguna etiqueta es, por definición, capaz de abordar toda la realidad que pretende describir. Al final, uno opta por aquella que le parece que logró en mayor medida el objetivo, sabiendo que el mundo estará lleno de excepciones a la regla.
¡¡Y pa' cuando el almuerzo!! Digo yo... ¿No MAZ?
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