(Entrada publicada en Vota Inteligente)
Hace unas semanas, Jack Dorsey -uno de los creadores de Twitter- estuvo en Chile. En varias de las entrevistas que le hicieron le consultaron si Internet, y en especial Twitter, contribuían a que gobiernos y ciudadanos se acercaran. Su respuesta, que pueden ver en esta entrevista filmada durante su visita a La Moneda, fue que en la medida que los gobiernos usen estas herramientas, se hacen más transparentes, humanos y accesibles para las personas comunes y corrientes.
¿Cuán cierta es esta afirmación?
No podemos dejar de pensar que Internet, en general, y las redes sociales en particular, tienen ese potencial. Algo a considerar, más en un país como el nuestro, en el que el número de jóvenes mayores de 18 años que participan en alguna red social iguala a la cifra de personas menores de 30 años que no están inscritas para votar. Quienes se marginan de los procesos políticos formales, ejercen su ciudadanía (entre otras cosas) en espacios informales en línea.
Pero es eso: una posibilidad que debe ser explorada y correctamente usada para que produzca los resultados esperados. Atribuirles capacidades democratizadoras inherentes a dispositivos, aplicaciones y plataformas tecnológicas, es no entender que la mayor transparencia del Estado, de nuestros representantes y de la clase política en su conjunto depende de las personas que la componen y de prácticas que son anteriores al lenguaje binario.
Esta afirmación, que parece de Perogrullo, no hay que eludirla, porque la línea que separa los usos “libertarios” de la tecnología de los usos “opresores” es tenue y en casi todos los casos depende de un proveedor privado de servicios tecnológicos, sobre cuya plataforma se realizan acciones ciudadanas, públicas por definición. La plaza pública (manida metáfora de Internet) es, en realidad, un conjunto de parques privados de acceso público.
En los últimos dos años, hemos visto un desembarco masivo de nuestra clase política en las redes sociales. Cabe preguntarse por los tipos de usos que están realizando de ellas y si están contribuyendo a hacer realidad el potencial mencionado. Es revelador, en este sentido, que Twitter sea la herramienta predilecta de la clase política, pese a que Facebook es inmensamente más popular en Chile. Hay quienes dicen que ello es porque el microblogging se adapta más a la discusión política, al debate cotidiano entre posturas divergentes; que sus usuarios, en contraste con los de otras redes, son más opinantes; que su universo concentra, en Chile, más líderes de opinión. En suma, que Twitter es una red más política.
Lo pongo en duda. El mayor uso de Twitter obedece a que se adapta más a “la política de conferencia de prensa” que en las últimas décadas ha primado en nuestra democracia, esa que combate por poner la “cuña” certera en el momento oportuno en el medio correcto. Basta analizar las tasas de personas que los siguen y a cuántos ellos siguen, o el número de mensajes que responden, o –más importante aún- la calidad y cantidad de sus mensajes en 140 caracteres, para darse cuenta que la comunicación que realizan sigue siendo, en general, unidireccional y poco novedosa, “cuñera” por repetición.
Ciertamente, la inmediatez de Twitter, permite a los políticos tener un termómetro de la realidad nacional, de los temas que un momento dado están acaparando la atención ciudadana, de las posiciones predominantes. Pero es un termómetro con alta tasa de error. De haber sido por las diversas encuestas en línea que vi pasar por mi timeline, en diciembre pasado hubiera ganado en primera vuelta Marco Enríquez Ominami. El resultado en el mundo real ya sabemos cuál fue.
Hace poco describieron la relación entre nuestra elite y las redes sociales como una epifanía tardía. Estoy de acuerdo. Pero llegados a este punto, los que estamos en estos territorios debemos promover que se plasme esa oportunidad que representan para una mayor transparencia y horizontalidad en la relación con nuestros representantes.
¿Cuál es el mejor camino? Contribuir a que se vean y se usen las redes sociales como lo que son, un ecosistema conversacional, en el que las lealtades políticas son distintas, basadas ya no en cuerpos ideológicos impuestos por una elite, sino construidas desde la base a partir de intereses temáticos mucho más transversales.
“Que entren a la conversación” podría ser el eslogan de una campaña masiva de alfabetización para la clase política en este ecosistema, un proceso formativo que debiera desarrollar sus competencias para hacer política (remezclando al ex presidente Patricio Aylwin) “en la medida de lo (im)posible”: la política personalizada, no la de masas.
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