Foto: Library of Congress. Washington (30), por Gouldy99, con Licencia CC:BY-NC-ND
Siendo una institución sujeta a normas y leyes que cubren el funcionamiento de los organismos públicos, es posible que la Biblioteca del Congreso no haya tenido otra salida que aceptar una instrucción impuesta desde afuera. Pero ello no evita pensar que es una mala decisión y que, eventualmente, pueda tener algún impacto en la imagen de una de las bibliotecas más importantes del mundo.
Son tres las razones que, a mi juicio, hacen de esta medida un retroceso.
En primer lugar, que una biblioteca se sume a este ejercicio de censura, tiene un significado especial. Más si es la Biblioteca del Congreso norteamericano, una institución de gran prestigio que se precia de ser la mayor biblioteca del mundo. Instala una enorme duda sobre el proceder (pasado, presente y futuro) de lo que debiera ser una institución llamada a resistir todo embate contra las libertades de información y expresión. De paso, deja abierta la puerta para que en adelante, usando el mismo argumento, cualquier información que pudiera ser considerada confidencial y/o pudiera ir contra los intereses norteamericanos, no esté accesible en sus estanterías o desde sus equipos computacionales.
Las bibliotecas, independiente de su tipo (nacionales, parlamentarias, universitarias, escolares, públicas, etc.), tienen como principal misión promover el libre acceso a la información. La biblioteca no es un repositorio de información cerrada: su objetivo es poner en contacto a las personas con la información que requieren. Una biblioteca que por cualquier razón impide el acceso a contenidos está erosionando su razón de ser.
En segundo lugar, es técnicamente imposible lograr el bloqueo que se busca. ¿Acaso la Biblioteca del Congreso va a negar el acceso a los miles de sitios que hoy ya han replicado total o parcialmente la información de Wikileaks? ¿Bloqueará el acceso desde sus equipos a los cinco grandes diarios que publicaron los primeros cables filtrados el 28 de noviembre? ¿No se podrá acceder más al New York Times desde sus terminales? Vista así, no sólo es inviable la medida, sino que es francamente estúpida y revela cómo aún hay quienes piensan analógicamente el mundo digital. Sorprende que la Biblioteca del Congreso, vanguardista en la aplicación de tecnología, haya aceptado sin mayor cuestionamiento una medida destinada al fracaso.
Y en tercer lugar, la que personalmente me parece la razón más grave para entender esta medida como un mal paso: representa un deliberado, público y por ello burdo intento por negar la realidad. Cuando la información era valiosa, principalmente porque era escasa y su acceso era complejo, en las bibliotecas estaba radicado el desafío de que parte de ella se preservaba, así como la decisión sobre lo qué se podía conocer y que no, y desde ese conocimiento alumbrar o oscurecer la comprensión del hombre y su devenir. Era la realidad de Fray Jorge de Burgos, el monje bibliotecario de "El nombre de la rosa". Pero en el mundo actual, en el que la información ha perdido todo su valor, por su incremental capacidad de ser replicada casi sin costo y la multiplicación de los medios para acceder a ella, vetar desde una biblioteca la posibilidad de consultar un contenido sólo puede contribuir a que sus usuarios busquen otras rutas para acceder a él y, de paso, pongan en cuestión los criterios de filtro de información que esa biblioteca ejecuta.
Filtrar es esconder. Al filtrar opera en quienes lo hacen una cierta mirada de la realidad. En toda mirada hay un componente ideológico, desde el cual se definen y realizan juicios valóricos sobre la información que se filtra, sobre lo que está bien y lo que está mal de ella. Cuando la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos bloquea (aunque sea imposible) el acceso a Wikileaks, explícitamente está afirmando que el sitio es nocivo y su contenido perjudicial. Se arroga, por un simple acto administrativo, una función que las bibliotecas en sociedades democráticas han buscado desarrollar en sus comunidades: que sean ellas, desde el libre y irrestricto acceso a la información, las que se formen un juicio propio sobre su pasado, presente y futuro. Y desde acceso puedan llegar a entender el mundo como una realidad plural, diversa y multidimensional. La biblioteca como mediadora de información es la antítesis de la biblioteca como censora.
No hay duda. Para quienes defendemos el rol de las bibliotecas en la construcción de sociedades más abiertas y democráticas, la decisión de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos es una mala decisión. Una decisión triste, me atrevo a afirmar.
2 comentarios:
Hola Enzo:
Malos tiempos para la lírica. Abanderar grandes ideales mientras estos no traspasen el ámbito de la teoría es muy sencilo. La (cruda) realidad nos pone a cada uno en nuestro sitio y la BIBLIOTECA nos enseña donde ha estado, está y estará el suyo.
Si antes los manifiestos de la Unesco se nos hacían utópicos ahora se nos muentran como son: falsos por inalcanzables. Somos una institución imbricada en la sociedad, y esta sociedad que nos mantiene es (somos) políticamente demasiado correcta...que, como todo el mundo sabe, es un sinónimo de hipócrita.
Buen post.
Fernando Juárez. Bibliotecario de Muskiz.
@ferjur, gracias por comentar.
Ocurre en este caso y en esta oportunidad que, creo yo, esto no se trata de grandes ideales, si no de razones de supervivencia más básicas. Las bibliotecas se juegan su futuro en seducir a los usuarios como conectoras preferentes con la información. Si por razones "políticamente correctas" (que antes eran las correctas para sobrevivir) niegan o filtran ese acceso, el usuario llegará a la información por otras vías (que las hay y muchas). Entonces, las antiguas razones correctas se verá que son las incorrectas. Y el usuario las castigará (a las bibliotecas, no a las razones).
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