Foto: www.fotopresidencia.cl
Comparto la entrada que acabo de publicar en elquintopoder.cl. Les invito a leerla y comentarla en la comunidad.
Anoche fue difícil contener la emoción. Cuando la cápsula con Manuel González, el primer rescatista, llegó al fondo de la Mina San José; o cuando esa misma cápsula con Florencio Ávalos, el primer minero en salir del pique, llegó a la superficie, todo Chile se alegró.
Y hoy seguirá siendo así, hasta que el último de los mineros y rescatistas esté afuera.
No cabe duda. Esta será una de esas historias que todos contaremos por el resto de nuestras vidas. En esa historia hablaremos de un grupo de mineros que supieron organizarse para resistir enterrados cientos de metros, en esas primeras semanas del sondaje, cuando conforme pasaban los días cada vez éramos más los que creíamos en que no serían hallados. Y junto a ellos, las de sus familias, que desde la superficie mantuvieron la convicción de que estaban vivos.
Contará esa historia la capacidad de reacción de un gobierno, que tomó las decisiones de manera oportuna y con persistencia hizo su trabajo para lograr el resultado que estamos presenciando en estas horas.
No podrá dejar de relatar esa historia la capacidad profesional de un equipo de rescate que, liderado por ingenieros de la empresa estatal Codelco, condujo con éxito una experiencia inédita en la historia del mundo por su complejidad.
Los medios de comunicación, chilenos e internacionales, aparecerán en esa historia. En una época de realities, la realidad demostró –nuevamente- que supera a la ficción, y la prensa, con mayor o menor tino, cumplió con su deber de informar.
Y esa historia contará, por cierto, la de todos nosotros, los que presenciamos como espectadores esta escena, pero sintiendo que de una u otra manera, algo nos unía con los 33 mineros.
Pero como toda historia, para que podamos extraer las lecciones y que efectivamente el relato sea parte de lo que nuestros hijos, nietos y los hijos de éstos aprenderán del pasado de Chile –y no de lo que vivirán como una experiencia en sus presentes-, esa historia deberá contar la parte oscura. Esa parte que tiende a olvidarse en los momentos de alegría, como el que estamos viviendo ahora.
En esa parte de la historia, que imagino integrando una exposición que recorra todo Chile, sus escuelas, sus bibliotecas, sus plazas, para terminar en una sala destacada del Museo Histórico Nacional, deberá relatarse el por qué 33 mineros quedaron atrapados a más de 620 metros de profundidad y cómo reaccionamos como país.
Deberá, en primer lugar, hablar de la codicia de unos empresarios que, como ocurre en muchas pequeñas y medianas faenas mineras de la época, no invirtieron en la seguridad de sus explotaciones para maximizar las utilidades que extraen a punta de amenazar la vida de personas. La justicia será protagonista de esta parte y conoceremos de las sanciones ejemplificadoras que dictó en contra de quienes fueron responsables.
En paralelo al capítulo anterior, el de un amplío grupo de trabajadores en nuestro país que, ya sea en el pique de una mina, o en las salmoneras, o en la construcción, o en cualquier obra que implique riesgos, exponían sus vidas como única alternativa para lograr un sueldo digno –y a veces bastante indigno- porque nuestro modelo de desarrollo económico tenía, aún, múltiples zonas grises. Ahí deberá el relato reseñar el amplío conjunto de mejoras laborales que se introdujeron en el país para mejorar sus condiciones de trabajo.
Sin duda, la narración deberá hacerse cargo de otras zonas grises. Las de un Estado que no tuvo la capacidad para mantener cerrada una mina que ya se había evaluado como altamente peligrosa. En esta parte estoy seguro rasgarán vestiduras y exigirán responsabilidades todos los sectores, pero espero que la historia no termine haciendo pagar los platos rotos a un servicio público chico y que nunca contó con los recursos para fiscalizar los miles de yacimientos mineros del país. Esta parte develará interesantes anécdotas sobre cómo los que un día denigraban la función pública terminaron comprendiendo que en los momentos de mayor adversidad es el Estado el que debe reaccionar y para ello debía tener las atribuciones y los recursos.
Pero la mayor lección será la del capítulo final, ese en el que un país completo, una vez pasada la emoción, el justo orgullo y los necesarios reconocimientos por un rescate que puso a nuestro país en los titulares de la prensa mundial, hizo el trabajo que correspondía: reformar las bases de un modelo de desarrollo que permite el lucro de unos sobre la base de la vida de muchos, en el que la riqueza desmedida convive aún con carencias profundas.
Y así terminará la historia de los 32 chilenos y 1 boliviano atrapados en la Mina San José, con un país que logró hacer justicia, corregir errores, nivelar la cancha, defendiendo de igual manera el emprendimiento de unos y el trabajo de otros.
1 comentario:
Y Chile creció justo, con dignidad para todos y todas, y sus mujeres y hombres fueron más felices que la gente en Dinamarca. Tan tan...
Gracias Enzo, me siento identificada en tu posteo
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