La historia de las bibliotecas puede leerse en varios registros simultáneos. Uno de ellos es un relato de pertinencia, en el que las bibliotecas han sido históricamente depositarias de información esencial para las comunidades en las que se insertan, para la construcción y proyección de su capital social.
Lo fueron las más antiguas, las de Mesopotamia, con sus tablillas de arcilla con escritura cuneiforme, en las que se dejaba constancia de los acuerdos entre las personas de la comunidad. O nuestra Biblioteca Nacional, creada en 1813, para que los habitantes de la naciente república pudieran ser más sabios. O los centros de información que hoy intentan dar respuesta a usuarios hiperconectados.
Una hebra de pertinencia atraviesa la historia de las bibliotecas. Pero ese es un relato en permanente tensión. Tal como describió Borges en la Biblioteca de Babel, esa infinita/finita biblioteca, la pretensión de reunir todo el saber de la Humanidad en un espacio ha acompañado a esta historia. Un saber construido como espejo de un mundo cuyo volumen de información parecía abordable, o en todo caso, podía extraerse lo esencial y reunirlo en una sola obra. Quizá fuera sólo una ilusión, pero desde el siglo XVIII nos la vendieron como algo real.
Pero la historia de la biblioteca, más bien la pretensión sistematizadora que esa biblioteca tenía, es pasado desde la masificación del acceso a las tecnologías de información y comunicación. ¿Es posible siquiera pensar en esa biblioteca cuando en un solo año (2006) la información creada, capturada o replicada en formato digital es 3 millones de veces mayor que toda la contenida en los libros escritos hasta entonces?
No. Y no solamente no lo es, sino que esa explosión de información hace surgir nuevos problemas en el entorno de información, entre otros su almacenamiento, conservación, búsqueda/recuperación y la selección. A su vez, el problema de la selección -que es el que me interesa en esta entrada- abre preguntas, entre otras, sobre lo que algunos denominan la “infoxicación”, esa situación en la que tienes más información de la que puede procesar; sobre cómo se define la calidad y confianza de la información; o la economía de la atención en una relación dominada por Google y los milisegundos que le toma entregarnos millones de resultados para cualquiera de nuestras búsquedas.
Como hace pocos días dijeran Juan Freire y Antoni Gutiérrez-Rubí, hay 3 escenarios en el futuro de la selección de la información. Uno caótico y pesimista, donde la abundancia de información y la ausencia de las autoridades tradicionales conducen a una crisis. Otro basado en nuevas formas de control, en el que unas pocas organizaciones (proveedores de acceso a Internet, instituciones generadoras de contenidos, etc.) impongan sus criterios. Y uno tercero, “un futuro de abundancia y libertad”, en el que todos los que estamos conectados a Internet (personas y organizaciones) y poseemos la formación tecnológica e intelectual adecuada, colaboramos en un proceso continuo de filtrado y extracción de conocimiento útil.
En este último escenario, que es en el cual me sitúo, el rol de cada uno de nosotros como curadores digitales adquiere una nueva dimensión.
Pero, ¿qué es un curador digital? Un usuario “experto” de las redes, que selecciona de manera desinteresada contenidos digitales sobre un tema que están disponibles en Internet y comparte su selección.
“Experto” entre comillas porque son personas que no necesariamente tienen en sus paredes títulos universitarios que los acrediten formalmente para ejercer esa curaduría en ese tema, pero cuya experiencia y “entrenamiento en la selección” les otorga un alto grado de eficiencia en el proceso.
Sin duda, en un mundo “infoxicado” y en el que la información pierde todo su valor (porque deja deja de ser un bien escaso), podemos coincidir con quienes afirman que el futuro de los contenidos digitales está en los curadores digitales. Como escribió Pablo Mancini,
La curaduría de contenidos digitales se ha vuelto una práctica extendida que adopta niveles participativos variados, pero subyace en todas las actividades en la red. Es la forma de respirar online. A mayor abundancia informativa, mayor necesidad de selección.
Esa práctica, la de seleccionar, etiquetar, valorar y compartir contenidos, está presente en casi todos los tipos de usuarios que hay en Internet. Y se ejecuta de maneras muy diversas, ya sea colaborando con la selección de contenidos de Internet para un medio digital; creando repositorios personales de recursos web que pueden ser compartidos con otras personas; participando en una conversación a través de una etiqueta en Twitter; o respondiendo preguntas a necesidades de información que aparecen en los muros de nuestros contactos en Facebook.
Es cada vez más normal, entre quienes estamos conectados con mayor intensidad, que antes de leer la prensa en las mañanas, revisemos nuestras cuentas en alguna red social, y desde éstas obtengamos una primera selección de contenidos, realizada por personas que al haberlas integrado a nuestras redes, explícitamente afirmamos que tenemos algún grado de confianza o interés en lo que dicen y, por extensión, en los recursos que recomiendan.
Mis redes son “mi biblioteca” y quienes en ellas están “seleccionan contenidos para mí” en forma permanente, 7 día a la semana, 24 horas al día.
¿Cuál es, entonces, la “otra biblioteca”? La tradicional. Esa que históricamente hemos entendido como biblioteca. La que espera que los usuarios lleguen a ella, en vez de ir hacia donde los usuarios están y donde se encuentran resolviendo sus necesidades de información, para bien o para mal. La “otra biblioteca” no es la que las personas construyen en espacios alternativos, ya que esa es y siempre será la principal, es la que la está conectada con esa hebra de pertinencia y sentido que está en la base de la relación de las personas con sus comunidades.
¿Cómo integrará esa “otra biblioteca” a esos “curadores” digitales 7x24 al corazón de su labor? ¿Un catálogo abierto, que se enriquezca con el filtro de sus usuarios? ¿O un fondo patrimonial digital construido colaborativamente?
¿Cuál es la importancia que esta “otra biblioteca” le entrega a la alfabetización informacional, promoviendo que las personas tengan mayores competencias para relacionarse con la información?
¿Asumirá esta “otra biblioteca” que las redes sociales son espacios informacionales en el que debe colaborar y cooperar –de igual a igual- con su comunidad de usuarios? ¿Y qué responde ante la pregunta fundamental, dónde encuentra hoy esa comunidad la información pertinente?
Hace décadas que esa “otra biblioteca” asumió que las necesidades del usuario son siempre su objetivo principal. Es hora de abrirse a sus capacidades como medio fundamental para la construcción de las respuestas. Como dice Pierre Levy, todos estamos convirtiéndonos en bibliotecarios, ya que al poner una etiqueta organizamos la memoria común. Y esa es una memoria llena de pertinencia.
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Comparto la presentación que realicé el jueves de la semana pasada en la 1era Conferencia Iberoamericana de Bibliotecas Nacionales Digitales.
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Comparto la presentación que realicé el jueves de la semana pasada en la 1era Conferencia Iberoamericana de Bibliotecas Nacionales Digitales.
Curadores digitales y otra biblioteca
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Fotografía: Inclusao Digital, de Agencia do Notícias do Acre, CC: BY
Fotografía: Inclusao Digital, de Agencia do Notícias do Acre, CC: BY
3 comentarios:
Estimado Enzo,
Muy interesante el post, ¿puede ser que esta figura de curador se haya configurado previamente con los Comunnity Managers?
Estuve en el seminario de la Biblioteca Nacional y se acabaron las preguntas, pero me quedé con la evolución de las bibliotecas, no deberían encaminarse hacia ser redes sociales con perfiles personales, de cada persona inscrita en la medida de sus descargas y necesidades se fuera configurando hasta un opcional de descargas? (como las radios online, por ejemplo), no un seleccionador genérico, sino particular y estadístico, pues no se si podamos depender de un gran curador, pero si, nuevamente hablando de las redes sociales, de los grupos que se pueden ir armando en la medida de nuestras preferencias y tendencias (en cuanto el conocimiento que desemos obtener).
En fin, muy MUY interesante el tema, web 2.0, redes sociales y los centros de conocimiento tipo biblioteca o la aspiraciónd de la torre de babel.
Me tinca que eso se puede sostener en la web, una mini babel para cada susuario según sus propias preferencias.
saludos!!
Hola! Yo me siento toda una curadora digital...
@Silabario, creo que community managers juegan otro rol, aunque algunas de sus funciones sean seleccionar y recomendar contenidos. La curaduría digital a la que yo me refiero es más una actitud (una forma de respirar como dice Mancini).
@bibliocorresponsal, cierto, lo tuyo es es curaduría digital. Gracias por reproducir en tu blog la entrada.
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