En estos últimos días, como creo ha ocurrido con todos aquellos que vivimos en distintos grados el terremoto del 27 de febrero de 2010, el recuerdo de esa madrugada y los días posteriores ha estado presente en buena parte de lo que he leído, visto y conversado. Por fortuna, nadie de mi familia sufrió ni daños personales ni materiales con el desastre desatado a contar de las 3:34 am, pero son muchas, miles las personas en Chile que desde entonces han estado viviendo en un extraño estado de suspensión en el tiempo, esperando soluciones que se prometen pero no llegan, esperando retomar la normalidad en sus vidas. De ello da cuenta el extraordinario reportaje de Ana Rodríguez sobre las mujeres en el desastre de la reconstrucción, o el testimonio de la rabia de Danilo Canales y su deambular estos dos años junto a su esposa Lorna (y desde hace unos meses acompañados por su futura hija).
Ese vivir en un tiempo detenido, especie de permanente recordatorio de la devastación, es quizá uno de los nudos ciegos más complejos a dos años del terremoto. Todos, o quizás solo algunos –entre los que me cuento- tendemos a caer en un balance estadístico del post 27F. Tanto roto, tanto arreglado. Restamos y sumamos, abusando de las operaciones matemáticas sin darnos cuenta que, como bien dice Claudio Pulgar, “reconstrucción es sociedad civil y participación”, porque, en el fondo, lo que está en juego no son edificios, viviendas, obras públicas: son personas, comunidades y tejido social. Son formas de ser y de vivir que dependen no de subsidios, sino de la posibilidad de ser escuchados y poder decidir sobre su futuro.
Y es al agarrarme de esa hebra por momentos intangible donde me surgen las preguntas sobre el rol que pueden jugar las bibliotecas públicas en ayudar a las personas a recomponer sus vidas. Porque más allá de la respuesta que frente a la emergencia entreguen, siempre útil y que puede ser mejorada, y la necesaria reconstrucción de su infraestructura, para desde su regreso a la rutina apoyar a sus comunidades, restaurar o generar (si no existía antes del terremoto) el vínculo profundo con la lectura es, posiblemente, el principal aporte que pueden realizar a que cada uno de sus usuarios y usuarias sean protagonistas de sus propias reconstrucciones personales.
Ese el mensaje que deja “The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore”, cortometraje animado que hace unos días obtuvo el Óscar en su categoría: la lectura como parte de un proceso de sanación y adquisición de sentido. Son quince mínutos. Posiblemente sean de los mejores quince minutos de todas las horas que en el último tiempo he estado navegando en Internet.
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