Entrada publicada el jueves 21 de abril en elquintopoder.cl
La publicidad juega con el engaño. Eso lo sabemos todos. Te vende mundos ideales. Te hace creer que por tomar una bebida, o usar un perfume, o conducir un vehículo, o ponerte unas zapatillas de cierta marca, tu vida cambiará, serás otra persona, más feliz, realizada. Tú te comes el helado y, de paso, te comes el mundo.
Sí, toda una mentira. Que aceptamos, porque sabemos que nos están mintiendo pero que –aparentemente- no le hace mal a nadie y porque el mundo –sabemos también- no se cambia a golpes de tarjetas de crédito y consumismo. Pero la aceptamos. Finalmente, a todos –o casi todos- nos gustan las burbujas de esa bebida, la esencia de ese perfume, la falsa libertad que nos da ese vehículo y lo atlético que nos hacen ver esas zapatillas. Es el juego. Y lo jugamos.
No. No quiero caer en discursos antisistémicos, ni acusar a la publicidad de todos los males de la tierra, ni levantar argumentos desde la moral. No. Me gusta la buena publicidad e incluso cuando sé que normalmente me están mintiendo, disfruto la creatividad de un mensaje comercial original, sorprendente, cautivador.
El problema lo tengo cuando la publicidad pretende, además de mentirme, presentar como modelo situaciones que son expresión de la violencia de una sociedad profundamente desigual, santificando patrones de conducta que son éticamente reprobables. Esa publicidad que recurre a discursos emocionales para desarmar nuestra mirada crítica sobre la realidad.
Lo sé. La publicidad no quiere salvar el mundo, aunque a veces mentirosamente lo afirme. Pero cuando un banco te ofrece un crédito de consumo para pagar por la educación de tu hija de cuatro años, en un país donde la calidad de la educación –incluso de la mayor parte de los colegios particulares- está profundamente cuestionada y los niveles de desigualdad son una aberración, donde el derecho a la educación se transa –siempre a la baja- en el mercado, la publicidad parece sobrepasar esa tenue línea que separa la mentira que todos sabemos que es mentira y la otra mentira, esa que algunos –unos pocos- quieren que creamos que es verdad.
La publicidad juega con el engaño. Eso lo sabemos todos. Te vende mundos ideales. Te hace creer que por tomar una bebida, o usar un perfume, o conducir un vehículo, o ponerte unas zapatillas de cierta marca, tu vida cambiará, serás otra persona, más feliz, realizada. Tú te comes el helado y, de paso, te comes el mundo.
Sí, toda una mentira. Que aceptamos, porque sabemos que nos están mintiendo pero que –aparentemente- no le hace mal a nadie y porque el mundo –sabemos también- no se cambia a golpes de tarjetas de crédito y consumismo. Pero la aceptamos. Finalmente, a todos –o casi todos- nos gustan las burbujas de esa bebida, la esencia de ese perfume, la falsa libertad que nos da ese vehículo y lo atlético que nos hacen ver esas zapatillas. Es el juego. Y lo jugamos.
No. No quiero caer en discursos antisistémicos, ni acusar a la publicidad de todos los males de la tierra, ni levantar argumentos desde la moral. No. Me gusta la buena publicidad e incluso cuando sé que normalmente me están mintiendo, disfruto la creatividad de un mensaje comercial original, sorprendente, cautivador.
El problema lo tengo cuando la publicidad pretende, además de mentirme, presentar como modelo situaciones que son expresión de la violencia de una sociedad profundamente desigual, santificando patrones de conducta que son éticamente reprobables. Esa publicidad que recurre a discursos emocionales para desarmar nuestra mirada crítica sobre la realidad.
Lo sé. La publicidad no quiere salvar el mundo, aunque a veces mentirosamente lo afirme. Pero cuando un banco te ofrece un crédito de consumo para pagar por la educación de tu hija de cuatro años, en un país donde la calidad de la educación –incluso de la mayor parte de los colegios particulares- está profundamente cuestionada y los niveles de desigualdad son una aberración, donde el derecho a la educación se transa –siempre a la baja- en el mercado, la publicidad parece sobrepasar esa tenue línea que separa la mentira que todos sabemos que es mentira y la otra mentira, esa que algunos –unos pocos- quieren que creamos que es verdad.
4 comentarios:
Hasta hace unos días al menos existía una publicidad de otro banco en el cual una pareja realizaba sus compras de supermercado sin preocupaciones, hasta filete de wagyu echaban tranquilamente en el carro, hasta que se acuerdan que ninguno ha pagado la cuota del crédito y comienzan a devolver todo. Este llamado a endeudarse para pagar incluso la compra del supermercado es una irresponsabilidad increible, no existe responsabilidad social de esta empresa que busca posicionar sus productos incluso a costa de un problema mayor de la sociedad chilena como son los niveles de sobreendeudamiento, aunque no una mentira es totalmente reprochable.
Felipe, gracias por comentar.
Responderte me permite precisar que con el crédito, en general, no tengo problemas. Creo que bien manejada, es una herramienta que permite a las personas acceder a una mejor calidad de vida. El punto es cuando cosas que debieran ser derechos básicos asegurados (como la educación) dependen de la capacidad de endeudarse. Hay ahí, creo yo, una diferencia con el comprar carne de Wagyu (o cualquier cosa no básica), que más parece una responsabilidad personal. Si las personas deciden sobre endeudarse por esas razones, es un ámbito en el que -a mi juicio- no corresponde nos metamos y en el que los bancos juegan a su negocio.
respecto a la publicidad, hay mucho que decir y todos sabemos su funcion. forma parte del engranaje y cada quien disfruta con la originalidad y con el consumo, que gratificacion entrega entre otras cosas, a saber, status.
concuerdo con que el problema ya no esta en la publicidad, sino en que servicios de primera necesidad y "necesarios" para el crecimiento del pais se transformen en objetos de consumo mas que un derecho, como la salud y la educación, que contribuyen al crecimiento del pais. lo negativo, es que ya aceptamos esta dinamica de oferta-demanda, donde todo es un producto que hay que comprar.
y quizas esa publicidad es el fiel reflejo de una sociedad de consumo. estudiar ya no es un derecho o, en otras palabras, ya no hay facilidades estatales. hipotecamos nuestra vida: estudios, vivienda, magister... hasta el fin de los dias. ya nada cuesta un esfuerzo intelectual: todo tiene precio.
y siempre hay alguien dispuesto a pagarlo.
En nuestro pais los legisladores y/o politicos han copiado la peor parte del Capitalismo.Si EEUU es el modelo de sociedad de consumo ,se les olvida que aca hay colegios publicos de buena calidad , hay becas para todo el que califique por meritos o por necesidades ,el $ de los impuestos se puede ver en cada Biblioteca Publica o Parque Comunitario , en los carreteras que se construyen no al limite de lo angosto y al max. de precio , en fin , es cierto que las comparaciones son odiosas , pero en vista que copiaron el modelo , podrian haber mejorado la obra y no al reves.
Felicitaciones por tu blog y lo de la publicidad del Banco ,lastima otra copia infeliz.
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