Creo en el plebiscito como mecanismo a través del cual las sociedades democráticas pueden someter al parecer de la ciudadanía soberana ciertas decisiones vinculadas a las grandes reglas del pacto social. Creo, también, en el potencial que el actual desarrollo de las tecnologías tiene para fortalecer y facilitar la participación ciudadana. Estas fueron las dos razones fundamentales que me llevaron a expresar mi opinión en línea a través del sitio
www.votociudadano.cl en el marco del
Plebiscito Nacional por la Educación del 6 y 7 de octubre.
Este Plebiscito es un acto simbólico y carece de cualquier carácter vinculante. Busca, como se indica en el
blog de la iniciativa, “alcanzar una alta cifra de votantes a lo largo del país para demostrar al gobierno y a los parlamentarios el apoyo que las demandas del movimiento por la educación generan y el interés de la gente por ser consultada”. Que un sector de la ciudadanía se haya autoconvocado es reflejo de lo horadada que está la legitimidad de nuestro sistema político formal. Por eso,
ver a miles de chilenos ejerciendo un acto de plena ciudadanía, en el contexto de los ya cinco largos meses de movilizaciones sociales por la educación, es razón para alegrarse, pero al escribir estas líneas me mueve una cierta decepción. Articular esta iniciativa no debe haber sido sencillo y las organizaciones que están detrás de ella deben por ello recibir reconocimiento. Pero desde el derecho que me da el haberme sentido convocado y haber votado, comparto una reflexión sobre la pobre estrategia digital puesta en práctica.
A lo largo del día he recibido comentarios que en algunas mesas no se habría solicitado el carnet para votar (pese a que está indicado en el
Reglamento de Votaciones), confiando en que la persona al firmar en el registro no entregaría datos falsos ni estaría vulnerando lo indicado en el punto III.c. Por otro lado, entiendo que en ninguna mesa de las habilitadas a lo largo del país, se habría contrastado el RUN de la persona contra una base de datos en línea que se fuera alimentando en tiempo real con los RUN de aquellos que hubieran votado conforme fuera avanzando esta primera jornada. Nuevamente, se confió a las personas no vulnerar el compromiso solemne de no votar más de una vez (siguiendo lo indicado en el punto III.d del Reglamento).
Revisando los procedimientos de conteo de votos, no encontré ninguna instancia en que se cruzaran los registros de las distintas mesas, por lo que no hay forma de confirmar si una persona votó presencialmente más de una vez. Aunque hubiera existido, al realizarse en forma posterior al sufragio, no es posible anular ese voto en particular ya que la papeleta estaría mezclada con las del resto de los sufragios de esa mesa. Si se deseara eliminar ese duplicado, habría que eliminar completamente los sufragios de una de las dos mesas.
Así, el mecanismo presencial carece de validez para representar la opinión de la ciudadanía. No tiene tampoco valor como encuesta, ya que no se sometió al rigor metodológico que estas tienen y el sesgo de la muestra es más que evidente (no creo que quienes rechazan las demandas estudiantiles se hayan sentido invitados a votar). Y si el objetivo declarado era reunir a miles de personas como expresión del vigor del movimiento, la cantidad podrá ser puesta en entredicho fácilmente por no existir mecanismos de cotejo de registros de votantes entre las distintas mesas. ¿Qué valor comunicacional tendrá una cifra construida de esa manera?
Por otro lado, respecto del sufragio vía Internet, posible desde el 6 de octubre, durante buena parte del día de ayer y de hoy, el sitio ha estado inaccesible. En
www.votociudadano.cl (aclaro que desde
elquintopoder.cl hemos difundido el llamado a votar en esa plataforma) ha informado que están analizando las razones de la falla, siendo por el momento las dos explicaciones más plausibles un colapso por un número de votantes mayor del esperado, o algún ataque informático (
denegación de servicio, por ejemplo). Sea cual sea la causa, ambos escenarios eran probables dada la masiva adhesión ciudadana al movimiento por la educación y, por otro lado, las furibundas reacciones en contra que en las redes ha desatado.
En el caso de la plataforma en línea, efectivamente es imposible votar dos veces (yo lo intenté), pero el problema de fondo es otro. Hace unos meses, la ciudadanía reaccionó indignada cuando se supo del monitoreo de las redes sociales por parte del Gobierno. Entre los argumentos que se utilizaron en aquel momento, uno de los principales fue que la legislación chilena impide la construcción de bases de datos de opiniones políticas, en las que se pueda ligar una opinión a una persona determinada. Sin embargo, eso está ocurriendo ahora, sin que nadie se pregunte por el uso que las organizaciones convocantes harán de esa información. ¿Qué tipo de análisis harán con las opciones que saben que yo marqué en cada una de las cuatro preguntas?
Hace unos días atrás escribí sobre
la ausencia de estrategia digital en el Estado.
La sociedad civil organizada refleja en este caso (por lo menos los grupos que convocaron el Plebiscito) que tampoco tiene una noción clara de cómo usar y aprovechar para sus propios fines las herramientas digitales. Y no es un problema de tecnología ni de costos. Las primeras están, los segundos son mucho menores de lo que se presumen y estoy seguro hubieran podido financiarse. Lo extraño es que el movimiento estudiantil -al igual que otras causas ciudadanas- ha sabido usar estratégicamente Internet y las redes sociales para sus fines, y en sus filas abundan futuros ingenieros que podrían haber resuelto de manera rápida el desafío operativo.
¿Cuál es el simbolismo que se espera lograr? ¿Serán más los votantes que las personas convocadas a las marchas más masivas, que llegaron a reunir en un solo día 500 mil personas en todo el país? ¿Será la aprobación de las posturas del movimiento superior a esas encuestas que le entregan 80% de respaldo ciudadano? Y si es así, ¿que validez tendrá ese porcentaje?
Si me invitan a un partido de fútbol, espero encontrarme con algunas cosas: once jugadores por lado, una pelota, dos arcos, un árbitro, una duración del partido conocida y una cancha con ciertas demarcaciones. Podrán faltar los jueces de línea, la cancha podrá ser de pasto o de tierra, el ancho y el largo de ésta podrá variar e incluso los arcos podrán no tener malla. Pero seguirá siendo un partido de fútbol. Pero si al llegar me encuentro que vamos a jugar en la playa y que seremos seis contra seis hasta que nos cansemos, eso no será un partido de fútbol. Podré divertirme mucho, pero sería más apropiado hablar de una pichanga.
Mi impresión es que el simbolismo debía, en este caso, haber ido de la mano de la rigurosidad. Y eso no se logró, porque cualquier balance final estará sujeto a una afirmación indesmentible: el Plebiscito no fue un plebiscito porque no cumplió con reglas básicas, en especial dos, garantizar "una persona un voto" y el secreto total del sufragio. Los grupos organizadores tenían a la mano la solución técnica que hubiera entregado esa seguridad, pero no optaron por ella, revelando que la incomprensión del mundo hacia el cual nos movemos atraviesa transversalmente ciertos grupos de nuestra sociedad.
En 1988, en plena dictadura y con tecnologías mucho más rudimentarias que las actuales, un grupo de personas se organizó para llevar un recuento paralelo de las votaciones del Plebiscito. En el corazón del centro de cómputos del comando del No, se alcanzaron cifras muy cercanas a las que finalmente fueron las oficiales. Permitieron anticipar la derrota de Pinochet y constatar que el régimen estaba escondiendo las cifras. Fue también un ejercicio de ciudadanía auto organizada, que supo hacer del uso de las herramientas de la época una ventaja para alcanzar su objetivo,
como bien narra Eduardo Díaz.
Como votante en el Plebiscito Nacional por la Educación, me hubiera gustado ser parte de una hazaña similar estos días. No ocurrió y quizá (espero equivocarme) se haya “rayado la pintura” a la posibilidad de que algún día contemos en Chile con el plebiscito como herramienta en una democracia más plena.