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11 de octubre de 2011

Internet en Chile: marginaciones en un país que envejece


Internet está generando sus propias exclusiones. Bajo el slogan del potencial democratizador que la Red tiene para aquellas sociedades que avanzan en la masificación del acceso a ella, se esconden diversas formas de segregación. Estos procesos de exclusión son paradójicos, porque se dan en contextos en los cuales aumentan los porcentajes de penetración de Internet y la adopción de usos cotidianos de tecnología se extiende incluso hacia los grupos más desfavorecidos.

En The Deepening Divide, Jan van Dijk analizó estos procesos en países con altas tasas de penetración. Así, comparando las cifras de Holanda y Estados Unidos hacia mediados de la década pasada, países que en aquellos momentos tenían ya a la inmensa mayoría de sus habitantes conectados a Internet, llegó a la conclusión que aquellos grupos que más tempranamente adoptaban las innovaciones tecnológicas, obtenían mayor provecho de éstas y aumentaban su distancia en diversos indicadores de calidad de vida respecto de aquellos grupos que las adoptaban más tardíamente. Es decir, aumentaban las tasas de usuarios, pero también aumentaban las brechas entre quienes estaban conectados.

En Chile, el número de usuarios de Internet crece. Si bien seguimos estando entre los países con mayor penetración en América Latina, comienzan a aparecer algunas señales que indican que estaríamos llegando a cierta meseta, mientras otros países de la región están creciendo a tasas más altas (aunque aún con menores niveles de penetración).

¿Cuáles son las razones principales que hoy impiden a una persona no ser usuaria de Internet en Chile? Frente a quienes apuntan que es el acceso de infraestructura (computadores y conectividad), la versión 2011 del estudio WIP-Chile, elaborado por la Universidad Católica y centrado en una muestra de habitantes del Gran Santiago, mostró que la principal razón esgrimida por los no-usuarios es no saber usar Internet y confundirse con la tecnología (35%), seguida por la falta de interés y no encontrarle utilidad (22%). Al revisar la tendencia, se comprueba que entre 2006 y 2010, la falta de conocimiento o la dificultad para usar la tecnología casi se ha doblado, pasando del 20 al 35% (mientras en las otras respuestas, salvo la falta de tiempo, los porcentajes han caído o se han mantenido estables).



El mismo estudio estableció además que en el grupo entre 35 y 44 años se cruzan las dos líneas: por debajo de esa edad, son más los usuarios que los no usuarios, y por encima abundan más los no usuarios. El 71% de las personas entre 45 y 54 años se declararon no usuarios de Internet, mientras en el grupo entre 55 y 64 la cifra llegó a un 81%.



Estas cifras podríamos entenderlas como normales, expresión lógica del desencuentro generacional entre aquellos que nacieron o alcanzaron a educarse en un mundo de computadores personales e Internet, y aquellos que no. Si fuéramos un país con una pirámide poblacional de base muy amplia, podríamos incluso afirmar que es cosa de tiempo hasta que desaparezcan estas brechas. Sin embargo, Chile es un país de envejecimiento avanzado y de mantenerse las tendencias actuales, en el año 2025 por cada 100 adultos mayores existirán 100 menores de 15 años. En otras palabras, es posible proyectar que muchas de las personas que hoy no son usuarias de Internet en Chile sigan viviendo por un largo tiempo y, salvo que se realizan acciones en ese sentido, seguirán encontrando las mismas barreras de acceso que hoy tienen para dar el salto.

El acceso a tecnología (a Internet, en particular) está reconfigurando nuestras sociedades. La vieja lógica del control de los medios de producción como fuente de la riqueza y de ubicación en la escala social se mantiene. Pero en la actualidad estamos ante una transición respecto de cuáles son los medios de producción que generan poder. Si en la sociedad industrial eran los medios de producción de bienes, hoy cada vez más son los medios tecnológicos de producción de información los que generan riqueza. Quienes tienen acceso, se apropian de ellos y les dan usos estratégicos, logran mejorar su participación en la sociedad (según el modelo de van Dijk).

Ante este escenario, cabe preguntar en qué se encuentran los programas de alfabetización digital en el país. Durante la década pasada, un amplio abanico de iniciativas públicas y privadas pusieron su foco en el desarrollo sostenido de programas de competencias digitales básicas en aquellos grupos etarios o socioeconómicos que no eran cubiertos por el sistema educacional. Más de un millón de personas pasaron por estos programas, implementados principalmente a través de las escuelas abiertas a la comunidad, las bibliotecas públicas y las redes de telecentros comunitarios. Pero a partir de cierto momento, de la mano de la despriorización de las políticas públicas ligadas al desarrollo digital, la alfabetización digital cayó en el olvido. Implícitamente se asumió que las brechas se cerrarían solas o por la inercia de las iniciativas que lograron sostenerse en el tiempo.

Las cifras antes mencionadas debieran, a lo menos, hacer revisar estas presunciones. Si nuestra sociedad envejece y la calidad de vida de los adultos mayores va adquiriendo, como debiera ocurrir, cada vez más importancia en las políticas públicas, una dimensión sustancial de esas nuevas prioridades pasa por cómo hacemos que ese grupo etario desarrolle procesos de apropiación de la tecnología y usos estratégicos de ésta.

Sin duda, ello implica pensar una estrategia más compleja, que parta de la alfabetización digital, pero incorpore otras alfabetizaciones (informacionales, mediales, etc). No se trata de fomentar el cliché de “los abuelitos que pueden mandarle un correo a sus nietos” (aunque esa motivación no es menor en muchas personas). Se trata de adultos mayores ejerciendo su ciudadanía en plenitud, participando activamente en la construcción de la opinión pública a través de los medios sociales; que logren maximizar su relación con el Estado en línea, ejerciendo sus derechos y deberes a través de plataformas en línea; que puedan encontrar en Internet una fuente de trabajo, de desarrollo personal y de formación de comunidades con personas con intereses y necesidades similares.

Internet, los medios sociales, parecen un reducto de los jóvenes y de unos pocos inmigrantes digitales. Pero en Chile, un país que envejece, romper esa imagen debiera ser un objetivo de política pública. De no ocurrir, hoy estamos dando forma a los grandes grupos de marginados de las próximas décadas.