Una muy interesante primera reunión del Comité Asesor Internacional de IPAI. He de confesar que en estos días he aprendido más de lo que he aportado, lo que me deja con la sensación de haber quedado en deuda con un potente grupo. En esta primera reunión, el Comité estuvo conformado por Anita Gurumurthy, Claudia Lux, Ashis Sanyal, Kentaro Toyama y yo; más Michael Clarke y Frank Tulus, de IDRC; Teresa Peters y Sandra Fried, de Bill & Melinda Gates Foundation; Chris Coward, del CIS de la Universidad de Washington; y François Bar, quien lidera el panel de expertos que está diseñando la metodología de evaluación que se utilizará.
Me quedaron dando vuelta en la cabeza dos temas en especial (más las tareas que nos llevamos para la casa, y que espero a través de Cadaunadas compartir pronto, para obtener retroalimentación). Cada uno de estos temas da para desarrollar una entrada por separado. Acá sólo los enunciaré.
Primero. IPAI representa una oportunidad para diseñar una matriz de evaluación de impacto que permita llegar a la siguiente afirmación: por cada peso que el Estado invierte en puntos de acceso comunitario a Internet, el retorno social de la inversión es X pesos. No se trata sólo de comprender los ingresos o ahorros (públicos y/o privados) generados por el acceso a Internet a través de estos espacios. Más bien poder calcular el valor integral que ese acceso entrega a las personas y las comunidades, teniendo presente que en muchos casos son impactos de difícil cálculo en términos monetarios. Una tarea que desde fines de los noventa algunas bibliotecas públicas de Estados Unidos han estado explorando (algunos de cuyos resultados pueden ser consultados acá).
Segundo. Una de las discusiones más interesantes (por lo menos para mí) tuvo lugar en una ventana de tiempo dedicada el primer día a conversar sobre tendencias y temas emergentes en los proyectos y programas de acceso comunitario a Internet y que pueden afectar la investigación. En buena parte de la sesión, los comentarios giraron en torno al uso de bibliotecas, telecentros y otros espacios como puntos de acceso a servicios de gobierno electrónico y si esto no imponía una mirada de arriba hacia abajo sobre la oferta de servicios, privilegiando aquellos promovidos por las estructuras estatales en detrimento de necesidades de raíz más local.
Sobre este punto, recuerdo la declaración de la ALA (American Library Association) en noviembre ante el Senado de Estados Unidos, en la que se afirma que las bibliotecas públicas norteamericanas han debido asumir en forma creciente responsabilidades en este ámbito. Los gobiernos muestran resultados, hablan de reducción en los costos de operación de servicios antes entregados a través de formatos y medios tradicionales, de incremento en la eficiencia en el uso de los recursos públicos.
Pero, ¿qué pasa con los recursos de las bibliotecas? Presupuestos que no siempre han crecido a la par de las demandas. Personal sobrepasado por la carga de trabajo y enfrentando a ciudadanos a los que no siempre le llegan los mensajes correctos. Las estrategias de despliegue del gobierno electrónico parecen haber partido de premisas equivocadas sobre cómo accederán los ciudadanos (los beneficiarios) el gobierno en línea o, en el peor escenario, no han tenido voluntad o interés en enfrentar de manera correcta la última milla del servicio (y que es la que le da sentido: un ciudadano mejor atendido por su Estado y un Estado con mayor capacidad de conversar con sus ciudadanos).
…Y de Delhi y Nueva Delhi, quedo con gusto a poco. Apenas unas horas en la tarde del martes para caminar en el entorno de la India Gate, y el miércoles (mientras visitábamos algunas oficinas que entregan acceso a servicios de gobierno electrónico y la Biblioteca Pública de Delhi), algunas imágenes de dos vibrantes ciudades, pantallazos (o más bien ventanazos) capturados desde la van en la que nos movíamos, a punta de bocinazos, por una realidad llena de agudos contrastes.
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