Cuando nací hace cuarenta y dos años, mi familia vivía en un edificio que aún existe. El que está en la esquina suroriente del cruce de Manuel Montt con Eliodoro Yáñez. En plena Providencia. Pocos meses después, mi padre –alessandrista- decidió llevarnos a vivir a España. Regresé casi dos décadas más tarde y desde entonces he vivido en Providencia. Salvo un año, en el que desde el piso 19 de la torre que está en Vicuña Mackenna con la Alameda, comuna de Santiago, mi balcón miraba a la cordillera y a Providencia.
En Providencia conocí a mi esposa y aquí nacieron mis dos hijos. En Providencia está el departamento que le pertenecerá al banco hasta que me encuentre a punto de jubilar y que yo llamo hogar.
Desde 1992, voto en Providencia. La primera elección en la cual participé fue la municipal de ese año. “Providencia es una comuna conservadora”, me dijeron aquella vez algunos buenos amigos. Me querían prevenir, para que no me hiciera muchas expectativas. Y así fue. Desde entonces, he repetido ese adagio. Ya saben: para que la decepción no fuera grande cada vez que me acercaba a votar en el Campus Oriente.
Hasta ayer.
Cuando junto a unos buenos miles de vecinos saltábamos, nos abrazábamos y cantábamos frente a la Municipalidad de Providencia, celebrando una jornada para la memoria, era inevitable no pensar que algo cambió en mi comuna. Dejo a otros y otras el análisis del verdadero significado político de lo ocurrido. Otras voces sabrán con más profundidad desentrañar lo que implica. Yo solo quiero compartir que por primera vez voté por convicción por una candidata a alcaldesa de mi comuna. Y creo que eso fue lo que ocurrió con muchos y muchas de quienes ayer entregamos nuestro voto, nuestra confianza, a Josefa Errázuriz, la Pepa.
Fue una campaña distinta. Vi en las calles de Providencia a vecinos y vecinas que no había visto nunca en esas lides. Haciendo política. De la buena. De la genuina. De la política que se escribe con letras grandes. De la que se construye desde el compromiso con las convicciones propias y colectivas. De la política desinteresada, sin cálculo personal, sabiendo que al estar en la calle repartiendo volantes, poner carteles en los balcones, compartir hasta el borde del spam en las redes sociales o salir a recorrer en cicletadas verdes la comuna, algo grande estábamos fraguando. Aunque perdiéramos en el intento.
No me quiero mentir. Sé que muchos votos de la Pepa se fundan en el rechazo a Labbé. Por lo que representa, lo más oscuro de la dictadura. Pero también sé que muchas papeletas estaban cruzadas por el sueño de una comuna distinta, más inclusiva. Una de esas era mi papeleta.
En estos dieciséis años, en Providencia han pasado buenas cosas. Lo digo desde la experiencia de quien usa los servicios municipales. Con cierta frecuencia me siento en sus café literarios, parte del mejor sistema comunal de bibliotecas públicas del país. El tratamiento de ortodoncia mi hijo mayor lo está recibiendo en el consultorio dental de la comuna. Mi madre controla periódicamente su salud en uno de los consultorios municipales, gracias a un buen plan de atención para el adulto mayor. Mis hijos aprendieron a nadar en una piscina municipal bien equipada, que está en el mismo recinto donde mi esposa asiste a spinning y baile entretenido.
Pero también sé que vivo en una de las comunas con menores índices de transparencia en su gestión municipal. Una comuna, que, pese a su riqueza, su saliente alcalde permanentemente ha usado como argumento contra la movilización la cancelación de la matrícula escolar como amenaza contra estudiantes venidos a nuestros liceos desde otras zonas más pobres de Santiago. El mismo alcalde que facilitó espacios de todos para que se rindieran homenajes a violadores de derechos humanos condenados por la justicia.
Por eso, el triunfo de la Pepa es un triunfo que emociona. Porque su personalidad, trayectoria y compromiso con una manera distinta de hacer política la avalan y convoca. Muchos partimos apoyándola pensando que era un gesto que debíamos hacer pero que en el mejor de los escenarios solo implicaba rasguñar la alta adhesión de Labbé. Fue ella (y la inestimable colaboración de la arrogancia de su contendor) quien hizo que más de mil voluntarios nos volcáramos a hacer de esta la elección la que cambiara la historia en la conservadora Providencia.
La épica de estos meses enfrentará en los primeros momentos de gestión el inevitable ajuste de cuentas con la realidad. Sospecho que la Pepa presume ese ajuste. Por eso, anoche la “dueña de casa” que desde diciembre ocupará el palacio Falabella, ya nos dió una tarea. Que la fiscalicemos, que exijamos nuestro derecho a participar, que hagamos del acto de la consulta permanente y vinculante la manera en que el pacto social a escala comunal se define. En resumen, que ejerzamos nuestra ciudadanía a plenitud.
A primera hora de la tarde de ayer, mientras estaba como apoderado de la Pepa en la mesa 127V/208V, recibí un llamado. Otro apoderado me transmitía una consigna: había que convocar a las urnas a los jóvenes, por teléfono o por la redes. Hasta ese momento, adultos y adultos mayores eran la inmensa mayoría de quienes habían votado. El mal presagio corría: en las urnas los votos daban a Labbé un quinto período. Hoy, ya con la Pepa electa, el funesto augurio se transformó en una cadena de correos que llena de emoción transmite entre parte de esos mismos apoderados y apoderadas un enorme y orgulloso “sí, pudimos”.
Sí, pudimos hacer realidad que Providencia somos todos. Y lo logramos con la Pepa de todos.
* Esta entrada la publiqué ayer lunes 29 de octubre en elquintopoder.cl. La foto la saqué del Facebook de Josefa Errázuriz.