Twitter anunció ayer que para poder mantener su expansión internacional, implementarán una política de filtrado de contenidos en algunos países. La razón que entrega es que no todos los países entienden lo mismo por libertad de expresión. Cierto. Nada nuevo. De hecho, hasta parece una declaración bien ingenua la de Twitter. Welcome to the real world!
La reacción de muchos que usamos Twitter cotidianamente ha sido de rechazo y para mañana sábado 28 de enero se ha organizado en forma espontánea una manifestación mundial ad hoc: 24 horas sin enviar un solo tuiteo. El hashtag en castellano es #CensuraTwitter y en inglés está corriendo #TwitterBlackout.
Yo me sumé y aunque algunos desconfíen, ni un solo mensaje saldrá desde mi cuenta mañana. Es una manera de decirle a la empresa que creó y administra el servicio gratuito de microblogging que uso, que no estoy de acuerdo.
En otros posteos lo he dicho: aunque es común comparar Internet con una plaza pública, la imagen más ajustada es la de parques privados con acceso público. Esta imagen se ajusta incluso mejor para las plataformas de medios sociales (Facebook, Twitter, Google+, blogs, etc.), ya que en todos esos casos (a diferencia de parte de la infraestructura base y la gobernanza de Internet) son servicios que proveen empresas privadas, todas con legítimos fines de lucro. Pero lo que nos confunde es el carácter gratuito de buena parte de lo que nos ofrecen, a tal punto que hemos llegado a considerar que son servicios públicos y que sobre ellos tenemos los derechos y deberes que como ciudadanos ejercemos en nuestra relación con los estados.
Pero más allá de esa confusión, conviene tener presente que en la medida que sobre esas plataformas quienes las usan persiguen, entre otros, fines de interés público, sus decisiones empresariales no están (ni pueden pretender estar) exentas del control ciudadano ni de la regulación estatal. Es parte de la reconfiguración de las relaciones de poder que las tecnologías de información y comunicación están permitiendo. Quizá para Twitter nosotros seamos consumidores, pero al conectarnos y compartir mensajes en su plataforma, lo hacemos muchas veces como ciudadanos. Por ello, debiera resultar evidente para cualquier empresa que provea servicios de medios sociales que el principal activo de sus balances no es un stock de cosas, sino personas, que así como pueden un día hacer aumentar el valor de la empresa, están siempre a un paso de hacer que ese valor se esfume. Es decir, que ese activo se pasó al servicio de la competencia. Reinterpretando la economía de la crisis: si queremos, los usuarios podemos convertirnos en un activo tóxico.
Los ciudadanos debemos exigirles a nuestros estados una defensa sin ambigüedades del estándar democrático. Y ese estándar incluye en su base la libertad de expresión. Pero en el mundo en red, ese estándar también debemos exigírselo a las empresas de la red, a esas que bajo las lógicas de la Sociedad de la Información, hacen de nosotros y nuestros contenidos, la fuente de su prosperidad. Twitter debe cumplir las leyes que rigen en todos los países donde opera o espera funcionar. Eso está fuera de toda duda, pero si para aumentar su penetración mundial cierra los ojos a las restricciones de libertad de expresión que en muchos casos existen, en lo personal no me gusta. Si lo aceptamos, estaríamos dando por perdida la batalla que entre libertad y control está teniendo lugar por estos días en las redes.
Y también debemos exigirnos, entre nosotros los ciudadanos, cumplir ese estándar democrático. Si tú te consideras un demócrata, ¿comprarías un periódico que dependiendo el país donde se edite cambia los contenidos para no ofender a las autoridades? Creo que no. Entonces, ¿por qué a Twitter, que no es un medio de comunicación pero que es usado como tal por los ciudadanos, se lo podemos permitir?
Claro: una huelga de tuiteos, que de eso se trata el 28 de enero de 2012, puede no tener repercusión. Hay quienes incluso puedan pensar que al poder le guste la idea: siempre es mejor tenernos desconectados que vociferando en las redes. Pero en un mundo que cambia, donde las relaciones entre gobernantes y gobernados, entre empresas y consumidores, y entre los ciudadanos entre sí, ya no son las mismas que antes de Internet, hay que innovar en los medios. Y una huelga en Twitter apunta directamente al activo, el único activo, de la empresa: nosotros y nuestros mensajes. Porque, en última instancia y aunque parezca contradictorio, manifestarme a favor de la libertad de expresión aquí y en la quebrada del ají me parece una buena, muy buena razón, para dejar de expresarme durante 24 horas en Twitter.
* Columna publicada originalmente en elquintopoder.cl. Recomiendo leer el análisis de Claudio Ruiz, que tiene otra mirada sobre este tema.